LA EMIGRACIÓN
Conferencia de Alfonso Sala
Conferencia de Alfonso Sala
Como estaba anunciado, ayer dió en el Círculo del Ejército y de la Armada, don Alfonso Sala, una conferencia acerca del tema: «El problema de la emigración», defiriendo a la invitación que le había hecho tiempo atrás la junta directiva de dicha importante entidad.
Los merecidos prestigios del incansable y elocuente diputado por Tarrasa, atrajeron al Círculo del Ejército y de la Armada una concurrencia numerosísima y selecta, que tributó al señor Sala una ovación entusiasta al presentarse en la tribuna.
Resulta tarea poco menos que imposible hacer un extracto de la conferencia, que dé idea, siquiera pálida, de los mucho y bueno que en ella expuso el ilustre conferenciante. Puede aplicarse a la hermosa disertación del señor Sala la expresión vulgar de que «no tuvo desperdicio».
Empezó el señor Sala dirigiendo una cariñosa salutación al Círculo del Ejército y de la Armada y agradeciendo la deferencia de éste al nombrarle socio honorario y de invitarle a dar la conferencia.
Dijo después que el problema de la emigración es una realidad palpitante y de gran interés para España, para todos los países, hasta el extremo de que en el Congreso Internacional del Trabajo, celebrado últimamente en Washington, no figuraba este problema en el programa de las deliberaciones y hubo que incluirlo por haber surgido apenas se empezó a tratar de los problemas obreros, constituyéndose un Comité internacional para su estudio, encargado de redactar un «rapport» para llegar a las bases de una legislación general de emigración.
Hace resaltar dos verdades que la Economía ha demostrado sobre el concepto del valor y el de la riqueza, exponiendo ambos conceptos, diciendo que el valor se funda en la intensidad de nuestras 'necesidades' y tanto más valor tienen los objetos cuanto más se necesitan. La riqueza es la producción.
Hay que tener en cuenta que el dinero es signo de riqueza, pero no la riqueza, que consiste en lo que se produce.
Hace alusión a lo dicho por un eminente economista, Lloyd George, de que el hombre es la riqueza principal del pueblo, porque es el agente productor.
Interesa, pues, a los pueblos conservar al hombre como agente de la producción y elemento de riqueza.
Sentadas estas premisas, podemos ya entrar de lleno en el problema de la emigración y de su gravedad.
Cita las cifras de mortalidad y de población de Espafla, comparadas con las de otras naciones, y dice que emigran cada año unos doscientos mil hombres. Escasa la población, espantosa la mortalidad, es ocioso decir cuántas pérdidas ocasiona a España esta emigración.
No se puede, claro está, evitar la emigración, porque sería poner puertas al campo, y además porque le imponen los tiempos y el progreso de la humanidad, pero puede condicionarse y encauzarse mediante la intensificación de la producción, para que haya trabajo en España, y encauzarla también de un modo que, lejos de ser una sangría suelta, sea una fuente de riqueza.
Para ello no hemos de volver las espaldas al mar, sino que debemos dar desarrollo a los transportes marítimos.
Dice que cuando ocupó la Dirección general de Comercio se encontró con el problema de la venta de los buques por los navieros, que creían encontrar en ello un negocio porque se pagaban a más de cincuenta veces su valor, y él llamó la atención del Gobierno para que no perdiéramos nuestra riqueza marítima mercante, y se publicó una disposición condicionando la venta de los barcos, que, aunque ocasionó protestas de los intereses particulares de los navieros, fue un servicio prestado a la patria.
Aboga por la construcción de nuestro poder naval, lo mismo de guerra que mercante, añadiendo que la marina de guerra es una consecuencia y una garantía de la marina mercante.
El problema qus nos encontramos principalmente al vivir alejados del mar, es que sólo una décima parte de los emigrantes marchan en buques españoles, y los demás son ganancias que España da a otros países. De modo que a la sangría de la emigración hay que añadir la contribución de doscientos cincuenta millones de pesetas que España paga al extranjero por el transporte de los emigrantes.
Expone la solución que proponía el señor Bullón, consistente en formar una estadística de lo que se paga al extranjero por transporte de hombres y de tonelaje de mercancías, y mediante un empréstito adecuado construir los barcos necesarios en el país; los barcos se atribuirían por medio de concursos por grupos de línea, con reversión al Estado y pago de un 5 por 100 de interés y la cifra pertinente de amortización.
Entiende, como otros muchos, que sería una solución rápida. Las bases dichas se elevaron al Gobierno, pero no sabe si el Gobierno lo estudió, estando ocupado en otras cuestiones de carácter político.
Estudia luego el problema de la emigración desde el punto de vista social, diciendo que este aspecto da al problema un carácter de humanitario, de carácter cristiano. Se basa en el amor al prójimo, y sobre esos principios están basadas las instituciones democráticas y la abolición de la esclavitud. No podemos, desde este punto de vista, consentir la explotación de que en ciertos países son víctimas los que allí van emigrados. Cita algunos datos del trato que se da, a los emigrantes en los aludidos países, tomándolos de un discurso del diputado italiano Rossi, tratando de este asunto, relatando las penalidades que los emigrantes pasan, tan duras como en los tiempos de la esclavitud más tenaz.
Decía Rossi—añade el señor Sala—que la esclavitud se suprimió, pero los esclavos pasaron a la ciudad, sustituyéndoles en el campo los pobres emigrantes, habiéndose suprimido la esclavitud tan sólo de nombre.
Por eso en Italia se prohibió la emigración a algunos países, entre ellos el Brasil.
Citó también el informe que sobre este asunto publicó el distinguido oficial de la Armada, señor Bengoa, que interesó a S. M. el Rey y también se prohibió en España la emigración a esos países, pero después, por los cambios de política, sin haber cesado las causas, cesó el efecto, y se ha equiparado a esos países a los demás en lo relativo a la emigración.
Condena la emigración clandestina, en la que caen como incautos, atraídos y engañados por los «ganchos», diciendo que más de cuarenta mil emigrantes salen de España de esta manera con condiciones durísimas.
Elogia la obra que para evitarlo realiza la Asociación de San Rafael, a la que dedica entusiastas y elocuentes frases.
Pasa luego a ocuparse del problema de la emigración en el aspecto político.
Dice que no cumpliría su deber el padre que al ver marchar a sus hijos no se preocupara de ellos, ni de la manera que van, ni cuál pueda ser su porvenir. La patria es una ampliación de la familia, y los gobiernos tienen la obligación de ser como los padres, procurando el bienestar y la protección de sus emigrantes.
Aboga por la creación de verdaderas escuelas de emigración, para que los que hayan de emigrar no puedan ser engañados, y después tengan todos los servicios necesarios a su bienestar y fundar colonias, en cuyo ejemplo fue la primera Alemania, cuyo emperador Guillermo decía a los emigrantes: «"Yo no quiero que vosotros seáis explotados en el extranjero; en todo caso que explotéis cuanto podáis".»
Lee después un trabajo de don Antonio Gullón, inspector de Emigración, acerca de la manera como se emigra en España, y lo comenta con atinadísimas consideraciones, que son muy aplaudidas.
Se ocupa luego de las tres clases de emigración: la natural, la de temporada, que se llama de golondrina, y la engañosa o de gancho, que es la emigración clandestina. Para encauzar la emigración hasta cumplir la ley de Emigración, que es de las más acertadas, y a cuyo autor, el señor La Cierva, dedicó el señor Sala entusiastas elogios. Lo que ocurre es que hecha la ley hecha la trampa, y esta ley ha sido desnaturalizada por el reglamento para su aplicación y las disposiciones complementarias, que son síntoma de la debilidad del Poder público, que es un mal endémico que padecemos en España, a pesar del patriotismo de sus gobernantes, que han de ceder muchas veces a los intereses creados.
Examina la ley, detallando su alcance y significado, pregonando sus excelencias en forma clara y minuciosa y exponiendo cómo sería la emigración si se cumpliera la ley de Emigración.
Luego se extiende en consideraciones críticas acerca del reglamento, censurando que el problema de la emigración haya sido sagrado de la competencia del ministerio de la Gobernación acompañar al de Fomento y luego al de Trabajo, porque es misión del ministerio de la Gobernación acompañar al emigrante desde sus casas al barco y en el desembarco en el extranjero, donde ya debe cuidarse el ministerio de Estado.
Censura también que cuerpos consultivos como el Consejo Superior de Emigración que invaden, dejando su labor puramente consultiva, al campo del Poder ejecutivo y hasta del legislativo, dictando disposiciones que no son de su competencia y que son antitéticas con la ley, convirtiendo una ley sabia en un cúmulo de dificultades, aumentadas con la manía burocrática, que no sólo se padece en Madrid sino también en Cataluña y en toda España, porque son un mal nacional.
Considera necesario restablecer el trámite de la información en beneficio de los emigrantes, que existía, y que fué suprimida por el Consejo Superior.
Señala, el aspecto gravísimo que presenta el problema cuando por efecto de la falta de una política económica bien encauzada, resulta que es nula la soberanía de España en su litoral, que hace que las compañías navieras españolas no puedan desenvolver su acción ni realizar la misión que les coresponde con arreglo a lo que a la patria conviene, porque no somos nosotros los dueños de nuestro litoral, sino las compañías extranjeras. Y es que nosotros somos el colmo de la hidalguía, concediendo derechos a quienes no nos lo conceden a nosotros, y damos voz y voto en nuestras cosas a las compañías extranjeras, que resuelven como a ellas conviene y no conviene a España.
Es imposible que España viva un día más sin resolver el problema de la emigración porque en caso contrario iríamos al funesto resultado de la ruina de la patria. Para ello es necesario dejar las minucias políticas y ocuparnos de los grandes problemas que afectan a la entraña de la patria.
Termina con un brillantísimo período en el que dice que ahora, que los políticos van a veranear a las playas han de pensar que en esos mares que ven se cometen verdaderos crímenes y que por ellos se marcha la riqueza de la patria.
La notabilísima y erudita disertación de don Alfonso Sala, que duró dos horas, fué interrumpida multitud de veces con nutridos aplausos, siendo premiada al final con una ovación, entusiasta.
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