Los columnarios de Durruti celebran la Pascua
Día 25 de diciembre. Fiesta celebrada con toda pompa por los
caribes facciosos que tenemos en frente.
Nosotros, sin ningún respeto a esta fiesta de tradición
milenaria, la utilizamos para relevar a nuestros camaradas de las avanzadillas
desde Puerta Aravaca a Humera. Con pertinaz fuego de fusilería por parte de los
fascistas, efectuamos el relevo sin ningún contratiempo.
A las seis horas, protegidos por la oscuridad que ofrecen las
mañanas decembrinas, nos deslizamos como gamos, por las líneas de trincheras
que nuestros bravos milicianos, ayudados por los compañeros de fortificaciones,
han abierto hasta las avanzadillas, haciendo inexpugnable un frente de ocho
kilómetros aproximadamente.
El relevo se verifica con rapidez, ya que nuestros compañeros
están familiarizados con estas trincheras, que ellos mismos cavaron con
entusiasmo, para combatir con eficacia al enemigo, y al mismo tiempo librarse
de su mortífera metralla.
A las siete todo está ultimado, y los milicianos van hacia un
merecido descanso, fuera del alcance de las balas del enemigo.
Los fascistas, recelosos y acechantes, se han dado cuenta de
la maniobra, y creyendo sin duda que se trataba de milicias bisoñas y mal armadas,
iniciaron un violento tiroteo desde sus guaridas, que nuestros veteranos
guerrilleros no tienen ni la atención de contestar. Esto lo consideran como un
desaire, y arrecian el fuego, mientras un batallón de moros, legionarios y
civilotes rebeldes, salen de sus ratoneras en plan de ataque. Los guerrilleros
de nuestra columna, acostumbrados a estas maniobras y juegos de mano, los dejan
avanzar hasta que lo creen prudente. Cuando los tenemos a doscientos metros,
abrimos una cortina de fuego, tan certera y cerrada, que les fue imposible a
los facciosos escapar a los efectos mortíferos de la misma.
Por nuestra parte, no tuvimos que lamentar más que un tiro de
mucha suerte, a un compañero de Tarrasa, que le atravesó hasta la camisa sin
hacerle el más leve rasguño.
A este compañero le hemos concedido permiso para que esté
unos días con sus familiares.
Al anochecer, aprovechamos la oscuridad y la densa niebla
para ir donde están los muertos, que son unos trescientos. Salen diez
voluntarios; cinco de la quinta centuria y otros tantos de la segunda,
volviendo horas después con un centenar de fusiles y dispuestos para nuevas
excursiones. También recobraron gran cantidad de bombas Lafitte, correajes y
bastantes municiones.
Acostumbran también nuestros guerrilleros a sostener diálogos
en diferentes idiomas y gustos con el enemigo. El hijo, de..., y mar…ón, es la
frase que suena más. Días pasados sorprendí a un miliciano que les gritaba con
toda su alma «¡Fascistas, venid a recoger las colillas que hay en nuestro parapeto,
que hoy nos han dado puros! ¡Miserables! ¿Qué empleáis para freír las patatas
aceite de sardinas en conserva?» Estas frases y otras más sustanciosas son las
que emplean para pasar el tedio y el aburrimiento que les invade en las
trincheras.
Para terminar, tengo que decir que fue un gran día para las
fuerzas invencibles de la columna, a quien un día nuestro buen Durruti dio su
nombre. Cuánto se hubiese alegrado, si viviera, al constatar esta nueva hazaña
de sus guerrilleros (como él los llamaba). Nuestros compañeros siempre odiaron
el espectáculo que representa la recompensa a bombo y platillo; por eso no
permitieron dar sus nombres; dicen, y con razón, que ellos no hicieron más que
cumplir con su deber.
Los miro a todos, y en sus rostros de rudos combatientes,
distingo los rasgos de la alegría producida por el deber cumplido. Un
guerrillero de Durruti.
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