MUCHAS instituciones que viven y medran, y alcanzan
vida fecunda y se coronan de gloria y realizan una obra educativa que perdura,
suelen ser en el fondo, única y exclusivamente, el esfuerzo titánico de un
hombre que tiene el entusiasmo y el espíritu de sacrificio necesario para
consagrar su vida por entero a una idea determinada. Así, el Instituto Catalán
de Rítmica y Plástica es el esfuerzo prodigioso, admirable, extraordinario, del
maestro Juan Llongueres. En él empieza, por él vive, y gracias a su labor
magistral esta institución no sólo ha llegado a ser una de las muestras más
brillantes del florecimiento de la Pedagogía en Cataluña, sino que tiene
asegurada su vitalidad a través de generaciones. Estos hombres llenos de fe y
de voluntad, que consagran su talento y sus energías a una obra noble y
elevada, y que saben triunfar de la incomprensión y la indiferencia de las
gentes, logrando, al cabo de esfuerzos inauditos, que la incomprensión se
convierta en interés y la indiferencia en apoyo, merecen simpatía y aliento.
Con este ánimo he visitado al maestro Llongueres en la sala del Palau de la Música
Catalana, que sirve de aula al Instituto Catalán de Rítmica y Plástica. El
maestro está sentado al piano, y una cincuentena de alumnos—que van desde los
cuatro años hasta los quince—está distribuida en línea sinuosa, que oscila y
cambia cada vez que el piano lo indica o la voz de Llongueres lo determina. El
conjunto maravilla por una rara especie de disciplina. Todos obedecen, sin que
haya una voz de mando autoritaria. En ningún momento se pierde la sensación
alegre y clara de los juegos infantiles.
La evolución tiene un ritmo justo y preciso, y
cuando alguien no comprende la razón que determina el movimiento, el maestro
destaca al alumno, y amablemente, con ejemplos sencillos, con metáforas
ingenuas que impresionan su imaginación, le explica el sentido de lo que antes
no había comprendido. Así obtiene Llongueres resultados maravillosos. Y así
logra en tiernos niños un delicado sentido del ritmo, de la plasticidad, del
sentimiento musical, de la armonía.
El maestro Llongueres, allá por el Año 1904, era el
director de la Escuela Coral del Orfeón de Tarrasa. Y en su espíritu selecto
era una preocupación fundamental la educación de los niños. Cayó entonces en
sus manos un libro de canciones infantiles de Jaques. Dalcroze. el pedagogo
suizo, y de tal manera le impresionó, que hubo de escribirle una carta
explicándole la impresión que le había producido. Jaques Dalcroze le invitó a
asistir al curso veraniego que celebraba en el Conservatorio de Ginebra, y
Llongueres se impregnó de la esencia educativa de que están saturadas las
teorías del maestro.
Dos años después volvió para renovar las
enseñanzas, que ya estaba difundiendo en Barcelona. Y en 1911, la Junta de
Ampliación de Estudios le envió a Hederau, ciudad-jardín de Dresde, donde pasó
un curso, para ingresar en el cual hace falta aprobar en unos rigurosos
exámenes de ingreso. Su idea fue, no la de aplicar estas enseñanzas aquí, sino
la de adaptarlas convenientemente. Y poco después, Jaques Dalcroze, en un viaje
que hizo a Barcelona, tuvo para su discípulo calurosos elogios por la maestría
con que practicaba sus teorías, y, sobre todo, porque no se había limitado a
copiarlas, sino que las había adaptado certeramente. Enrique Granados le llevó
a su academia para que hiciera varios cursos, a los que no asistían más que
alumnos extranjeros.
Esto le hizo pensar en la necesidad de interesar a
la gente de aquí en esta clase de estudios.
Y con el apoyo moral del Orfeó Catalá fundó el
Instituto Catalán de Rítmica y Plástica, que comenzó a funcionar con unos
cuantos alumnos de pago, a los que se unieron pronto, por el afán que sentía el
fundador de popularizar sus enseñanzas, otros que acudían gratis, y todos
juntos, con un espíritu democrático muy simpático, formaron el primer grupo
considerable de alumnos que estas enseñanzas tuvieron en España. Hoy, el
Instituto cuenta con un conjunto admirable, que en las exhibiciones que se
celebran cada dos años maravilla a cuantos las presencian. La obra ya está en
marcha y Llongueres satisfecho del empuje que ha adquirido. Claro que no ha
llegado a la meta. Su idea es que en las escuelas se apliquen estos métodos
educativos del sentimiento musical. del sentido, del ritmo y de la plasticidad.
Y si encuentra en las esferas directivas el apoyo
que merecen su obra adquirirá una difusión en relación directa con la eficacia
pedagógica que persigue.
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