LA SITUACIÓN SOCIAL
Acabo de
recorrer las provincias más importantes de España, y he podido acercarme a
muchos amantes del progreso. La mayoría son republicanos, y los socialistas,
sea cual fuere la escuela a que pertenecen, constituyen una ínfima minoría.
Pocos republicanos han llegado al socialismo, pero todos los socialistas son
republicanos.
Inmediatamente
después de la revolución de septiembre, fué decidido entre unos y otros por
unanimidad, que antes de plantear las cuestiones que tienen un carácter
marcadamente económico, era preciso concentrar el esfuerzo común para hacer de
España un país republicano, considerando que no hay progreso posible sin
libertad y que en el ambiente malsano de la monarquía es muy difícil llevar a
cabo reformas de importancia. Sin embargo, silenciar ciertas cuestiones no es
olvidarlas. Mientras se ocupan de las elecciones y de sus asuntos municipales y
provinciales, los socialistas preparan sus planes y meditan sus proyectos.
En Cataluña,
que es una región muy industriosa, pero lamentablemente proteccionista, y en la
cual el odio de los fabricantes al libre cambio es igual al que profesan a sus
obreros, hemos visto a muchos hombres honrados preparar los estatutos de
diversas asociaciones, que quieren fundar el mismo día de la proclamación de la
República. Hemos visto una asociación de ladrilleros en Tarrasa y otra de
consumidores en Palafrugell. Dichas asociaciones resistieron el estado de
sitio, los decretos violentos y sanguinarios y el terror organizado por
Pezuela, conde de Cheste y sus cómplices. Se trata también de asociar la
importante industria de los corchotaponeros, todos inteligentes y todos republicanos,
que explotan los vastos alcornocales que van de Llagostera a San Feliu de
Guíxols, y podrían constituir una vasta confederación.
En Valencia,
hemos visto a los liberales de la Sociedad de los Amigos del Pueblo, trabajando
en crear una asociación de consumidores, para poner en jaque los principios
socialistas cuya próxima difusión temían. Esos liberales ignoraban que en la
misma ciudad existían desde hacía años las primeras asociaciones españolas,
fundadas por Garrido, compuestas de republicanos y socialistas, y que por temor
a las medidas que pudieran tomar los gobernadores civiles y militares,
funcionaban silenciosamente y en la sombra. Los miembros de esas organizaciones
secretas han ofrecido a sus adversarios el concurso de su experiencia y de su
buena voluntad.
ELÍAS RECLUS
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