Un hombre
animoso.
Una semana después de implantarse la Dictadura
militar por el General Primo de Rivera, fueron condenados a muerte dos
pistoleros que, en Tarrasa, asaltaron la Caja de Ahorros, matando a un Cabo del
Somatén.
Fueron llamados para ejecutar la sentencia Rogelio
Díaz, verdugo de la Audiencia de Barcelona, y Gregorio Mayoral, que lo era de
la de Burgos.
Rogelio Díaz, más conocido por maestro Rogelio, por
sus habilidades en el arte de obra prima, era nuevo en sus funciones judiciales
(!), y al ingresar en la prisión egarense, como viera que los empleados de ella
estaban atareados, con el natural nerviosismo, en preparar las capillas para
los reos, hubo de decirles:
—¡Animo, compañeros, que para las circunstancias se
han hecho los hombres!
Uno de los penitenciarios encarósele airado,
preguntando:
—Compañeros, ¿de qué?
.
Pero no obtuvo contestación, porque el maestro
Rogelio, al pronunciar sus últimas palabras, rodaba por el suelo con un síncope
que le duró largo rato, tan largo, que al amanecer del día siguiente no se
encontraba en disposición de actuar, y por ello hubo de hacer Mayoral las dos
ejecuciones.
Unos meses más tarde, el desdichado maestro Rogelio
moría asesinado por unos pistoleros en las calles de la ciudad condal.
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