Tercera sesión
Ayer continuó en la Sala de actos
de la Cárcel Celular el consejo de guerra que ha de ver y fallar la causa
instruida con motivo de los sucesos ocurridos en Tarrasa en la madrugada.del
día 15 de febrero del año próximo pasado, y en el cual comparecen cuarenta y
dos procesados como supuestos responsables del delito de rebelión, cometido en
ocasión de aquella intentona anarcosindicalista.
La autoridad había adoptado las
mismas medidas de precaución que el día anterior, patrullando fuerzas de la
guardia civil de a caballo por los alrededores de la Cárcel y cuidando de
mantener el orden entre el numeroso público que acudió para presenciar la
vista.
Mucho antes de la hora señalada
eran muchos los que formaban cola para entrar. Entre los que esperaban
abundaban las mujeres.
A puerta cerrada
Poco después de las diez de la
mañana quedaba constituido el tribunal de la misma forma que el día anterior,
con asistencia de los mismos letrados defensores, a excepción de don Juan Tomás
Borras que no asistió a esta sesión.
A las diez y cuarto, y a puerta
cerrada, el presidente, capitán de la jefatura de tropas del servicio de
ingenieros, don Joaquín Coll, declaró abierta la sesión. Por excepción se
permitió la entrada de los periodistas
Inmediatamente se dio lectura al
acta de las sesiones del día anterior, que fue aprobada, después de algunas correcciones
de estilo y pequeñas añadiduras para mejor precisar lo expuesto en ella. Dichas
correcciones fueron hechas a petición del fiscal, capitán Querol, y de los
letrados defensores señores Velilla, Barriobero y Vilarrodona.
Audiencia pública
A continuación, las once menos
cuarto, fueron llevados a la Sala los cuarenta y dos procesados, quienes
ocuparon, igual que en las sesiones anteriores, los bancos dispuestos a este
efecto en primer término, situándose entre ellos y el lugar destinado al público
varios números de la guardia civil.
Dada por el presidente la voz de
audiencia pública, se permitió la entrada del público que esperaba en la calle,
quedándose sin poder entrar, por no caber en la Sala, muchos de los que habían
formado cola.
A medida que penetraban en el
interior del edificio eran cacheados todos: los hombres por guardias de asalto,
y las mujeres por las matronas encargadas de este servicio.
Una vez en el interior de la Sala
el público, el presidente advirtió que cualquier persona que estuviera allí y
hubiese de comparecer como testigo se retirara inmediatamente, o de lo
contrario se le aplicarían las sanciones que de la responsabilidad en que
incurriera se derivaran.
Prosigue el interrogatorio de los procesados
Acto seguido se reanudó el
interrogatorio de los procesados que se había iniciado el día anterior.
El primero llamado a declarar
ayer mañana fue Jaime Caballé Bargalló, para quien en las conclusiones
provisionales elevadas a plenario se pide la pena de reclusión perpetua.
A las preguntas del fiscal el
procesado Caballé manifestó que en la mañana del día de autos se dirigía al
trabajo y que al pasar por delante de las Casas Consistoriales observó que
pasaba algo anormal en el interior de dicho edificio y al acercarse al portal,
únicamente a título de curiosidad, fue obligado por unos individuos que habla,
en el dintel de la puerta a penetrar en el interior, donde permaneció hasta que
lo detuvieron. Añadió que mientras estaba refugiado, ante el temor de que le
ocurriera algo, en una dependencia del Ayuntamiento, se originó un tiroteo.
Contestando a preguntas del
letrado defensor, señor Barriobero, el declarante dijo que pudo observar que
los primeros que dispararon fueron las fuerzas de la guardia civil que al
parecer habían sitiado el edificio del Ayuntamiento.
—¿Por qué dice que fue la guardia
civil la que primero disparó, si usted estaba refugiado en una de las
habitaciones interiores del Ayuntamiento y por lo tanto no lo pudo ver? —
interrogó a su vez el letrado defensor señor Barriobero.
—Lo distinguí por el ruido de los
disparos, que eran de mauser — contestó Jaime Caballé.
—¿Es que usted puede distinguir
el ruido de los disparos de mauser de los de cualquier otro fusil? — intervino
el vocal ponente, teniente auditor, señor Aguilera.
—Sí. Por haber disparado cuando
era soldado, conozco perfectamente la detonación del fusil mauser.
—¿Pero usted está seguro de no
confundir ej ruido de los disparos con los de otro fusil parecido? — siguió
inquiriendo e] vocal ponente
—Seguro — afirmó el procesado.
A continuación declaró Manuel
Coma, otro de los procesados para quienes se solicita reclusión perpetua.
Manuel Coma, contestó al fiscal
que había estado desde cerca de la una de la madrugada hasta las seis de la mañana
del día de autos en un prostíbulo, y que al salir se enteró de que se pretendía
declarar la huelga general como protesta por las deportaciones. Se dirigió al
Ayuntamiento porque Ie dijeron que allí podría enterarse de lo que había de
cierto en tales rumores y que voluntariamente penetró en el edificio de las
Casas Consistoriales. Allí encontró a mucha gente con la cual habló y cuando
intentó retirarse no le dejaron salir varios individuos que iban armados de
pistolas.
A las preguntas de las defensas contestó
que en el Ayuntamiento le dijeron que se había hundido el vapor «Buenos Aires»
con los obreros deportados y que para enterarse de la exactitud de la noticia
permaneció algunos momentos voluntariamente en el interior de la Casa
Consistorial, hasta que, al intentar retirarse se le hizo objeto de ameDazas.
Jaime Casarramona Florensá, que
es el que declaró después y para el cual se pide la misma pena que para los
anteriores, contestó al fiscal que había estado hasta primeras horas de la
madrugada en. un bar junto con dos individuos y que salió solo de dicho
establecimiento, dirigiéndose al Ayuntamiento. Explicó su entrada y permanencia
en el interior de las Casas Consistoriales en forma parecida a la de los dos
anteriores procesados.
El fiscal desea que el procesado
precise sus afirmaciones y hace leer la declaración que consta en el sumario y
según la cual Casarramona manifestó que estuvo en el bar con varios amigos y
luego se explican algunas particularidades de su entrada y permanencia en el
Ayuntamiento de modo distinto a como lo declara ante el tribunal.
Después de hacer resaltar el fiscal
las contradicciones en que ha incurrido el procesado y pedir a éste que las
aclare, el letrado defensor, señor Sierra, lee un artículo del código en el que
se hace constar que es la presidencia del tribunal quien ha de hacer las
consideraciones a las contradicciones entre lo que tienen declarado los
procesados durante el período de investigación sumarial y el acto del consejo,
y no el fiscal.
El fiscal manifestó que no había
hecho consideración alguna a las contradicciones, limitándose a seguir
preguntando para que el declarante precisase claramente lo ocurrido.
El presidente cortó el incidente
suplicando al fiscal que se abstuviese de toda consideración y comentario y que
se harían constar en acta las contradicciones en que pudiesen incurrir los
declarantes.
Prosiguiendo el interrogatorio
del procesado Jaime Casarramona, la defensa le preguntó si podía afirmar o no
que la tropa u otra fuerza intimase a los revoltosos que estaban en el
Ayuntamiento a que se rindieran.
El procesado dijo que no se
hicieron tales intimidaciones.
El fiscal observó al declarante
que si era verdad que se había refugiado en una de las dependencias interiores
del Ayuntamiento, ¿cómo puede afirmar que no se intimó a los rebeldes a que
depusiesen su actitud?
El defensor aclaró que al
preguntar al procesado se refería a si había oído toques de corneta o de tambor
invitando a la rendición, y el procesado, dijo, en este sentido contestó a la
pregunta.
Casarramona preguntado otra vez
por el fiscal, dijo que ignoraba quién dirigió la detención del alcalde y otros
individuos de Tarrasa.
Declaró a continuación Pablo
Castells Fito, para quien también se solicita la pena de reclusión perpetua.
Manifestó que al salir de su
domicilio en la mañana del día de autos ignoraba lo que ocurría, hasta que se
enteró porque encontró a su amigo Fidel Lechón, quien le dijo quo había unos
grupos que detenían a cuantos encontraban en las calles y los llevaban al
Ayuntamiento.
A pesar de los reparos que opuso
ante el temor de que le sucediese algo desagradable, acompañó a Fidel en
dirección al Ayuntamiento y antes de llegar a dicho lugar aquél se le separó. A
esto se debe que únicamente fuese él detenido y obligado a penetrar en el
Ayuntamiento.
A requerimientos de uno de los
letrados defensores, el procesado añadió que sabía que había el proyecto de
declarar la huelga general en Terrasa, como protesta por las deportaciones.
—Y ¿a dónde se dirigía usted
cuando salió de casa? —le preguntó el fiscal.
—Al trabajo— contestó Pedro
Castells.
—¿Cómo es que iba al trabajo si
estaba declarada la huelga como usted dice?
—También ha ocurrido otras veces
que se ha declarado una huelga y después se han dado órdenes contrarias.
Miguel Doménech Masant, con la
pena de reclusión perpetua, explicó que en la madrugada del día de autos habla
salido de casa para encaminarse al mercado y que al pasar por delante del
Ayuntamiento vio a un grupo de gente. Al acercarse a saber lo que ocurría unos
individuos le Invitaron a entrar en el interior del edificio municipal, y una
vez en el Interior no sostuvo conversación con ninguna de las numerosas
personas que allí estaban. Añadió que circuló libremente por el interior de las
Casas Consistoriales y que nadie le puso traba alguna para poder salir,
explicando a continuación su estancia allí hasta que entraron las tuerzas del
Ejército que le detuvieron.
El fiscal pidió que se leyera la
declaración del procesado que consta en el sumario y según la cual dijo que
había salido del café y no de casa como ahora afirma, cuando se dirigía al
mercado; que iba acompañado de otros individuos que le Invitaron a entrar en el
Ayuntamiento, que ya estaba en poder de los obreros como así se lo manifestaron
los que allí se encontraban.
Ante estas discrepancias, el
fiscal solicitó que las manifestaciones contradictorias del procesado constasen
en acta.
A preguntas del letrado señor
Velllla el mismo Miguel Doménech dijo que en las conversaciones que oyó que
sostenían los que estaban en el Ayuntamiento no se profirieron amenazas contra
la República, ni que se manifestaran propósitos de derribar el Gobierno ni
hundir el régimen. Lo que sí puede asegurar es que se trataba de un movimiento
de protesta por las detenciones y que dicho movimiento era espontáneo y no tenía
caudillos.
El mismo letrado le preguntó si
las fuerzas que le detuvieron eran de la Guardia civil o del Ejército, pero el
presidente consideró capciosa la pregunta, ya que constaba que había sido
detenido por las del Ejército.
Siguió después Francisco Folch
Pares. Este procesado, contra quien se sollifVta igualmente la máxima pena de
reclusión, al Interrogatorio de fiscal contestó que estuvo hasta altas horas du
la madrugada en el Bar Catalán, de donde salió, junto con sus amigos Lechón,
Padilla y Rosell, para ir a dar unas vueltas por la población, "ignorantes
de que se preparase un movimiento' sedicioso. No se dirigieron al Ayuntamiento,
pero al pasar casualmente por el citado edificio les salieron al paso unos
individuos, que armados con armas largas les obligaron a entrar y a permanecer
en el interior de las Casas Consistoriales, donde, escondidos en una
habitación, oyeron cómo se disparaban tiros contra el edificio desde la calle.
Después de varias preguntas del
fiscal, el declarante manifestó que también le pareció que se disparaba desde
el interior del edificio del Ayuntamiento, pero que esto fue un buen rato
después que habían sonado los disparos efectuados desde la calle.
Afirmó que él no había salido
para nada al balcón del Ayuntamiento ni vio que en éste ondease la bandera
anarquista.
Luis Fortet Noguera, en igual
condición por lo que se refiere a la petición de pena que los anteriores, dice
que al salir de casa oyó unas detonaciones y que creyó que eran producidas por
un morterete colocado en el patio de las Casas Consistoriales y que es
utilizado para avisar cuando se produce un incendio en Tarrasa. Convencido de
que así era, el día de autos se dirigió al Ayuntamiento para saber dónde se
había declarado el fuego, encontrándose con que el ruido era producido por
disparos y que frente al Ayuntamiento un individuo con, una escopeta le
obligaba a penetrar en el interior del edificio, donde había mucha gente, y
algunos con armas. Ante el temor de que le ocurriese algo y no pudiendo salir,
buscó refugio en un saloncito donde al parecer había otros individuos en igual
situación que él. Allí permaneció hasta que penetraron las fuerzas del
Ejército.
A preguntas de las defensas, Luis
Fortet prosiguió declarando que uno de los testigos que le acusa de haber
tomado parte en los sucesos también estuvo como él detenido por los revoltosos
en el Ayuntamiento y, en cambio, no se le ha procesado ni se ha sospechado nada
contra él. siendo su situación la misma que la suya.
Añadió que dadas las aberturas
que hay en la parte posterior del edificio del Ayuntamiento fácilmente pudieron
huir los autores de los disparos que se hicieron contra la fuerza pública y que
los que se quedaron como él lo hicieron porque nada tenían que temer.
—¿Es que usted vio a alguien
disparar desde el interior del Ayuntamiento? —inquirió el fiscal.
—No. Yo no vi a nadie disparar.
—Entonces, ¿cómo es que atestigua
que los que dispararon pudieron huir fácilmente.
—Yo no atestiguo que los que
dispararon hubiesen huido; he dicho sólo que muy bien pudieron marcharse.
—¿Pero vio a alguien que se
marchaba?
—sí.
—¿Quiénes eran los que se
marchaban?
—No lo sé.
Como el fiscal preguntase al
procesado por qué no hizo éste lo mismo, el defensor, señor Vilarrodona,
solicitó que fuese mostrado al tribunal el plano de las Casas Consistoriales,
que consta en la causa y que el procesado explicase detalladamente lo que
ocurrió y cómo fue que no podía marcharse.
Terminada la declaración de este
procesado, el presidente suspendió la sesión por unos momentos, ordenando que
el público despejase la Sala.
Eran las doce del mediodía.
El uso del catalán Incidente entre abogados
A las doce y veinticinco se
reanudó la sesión, penetrando otra vez el público en la Sala.
El letrado defensor, señor
Juanola, en catalán, protestó de que hubiese presenciado la sesión Tomás Peña
de la Cruz, guardia civil, testigo de cargo que ha sido requerido para que
abandonara la Sala dos veces: la primera, por el comisario de policía encargado
de mantener el orden en el interior de la Sala, y la segunda, por el teniente
de la guardia civil que manda las fuerzas que custodian a los procesados.
Se adhirieron a la protesta del
señor Juanola los demás letrados, habiendo constar el señor Velilla que se
tengan en cuenta las responsabilidades en que incurre el citado testigo con su
permanencia en la Sala.
El letrado señor Sierra, al
manifestar su adhesión a la referida protesta, añadió que también había de
protestar de que su compañero insista en expresarse en catalán, cosa que él
conceptúa una manifestación de carácter político.
El letrado, señor Juanola, dijo
que cumpliendo con el deber que se ha impuesto, actúa come abogado defensor y
está muy lejos de pensar en manifestaciones de carácter político. Añadió que al
expresarse en catalán lo hacía en perfecto uso que le conceden la Ley y la
Constitución de la República. No comprende que estando en uso de este perfecto
derecho, su compañero adoptase una actitud que él se ve precisado a conceptuar
de intolerable.
Intervino el letrado señor
Barriobero, manifestando que era una falta de respeto al tribunal el hablar en
catalán.
La presidencia y el vocal ponente
cortaron el incidente ratificándose en lo que habian manifestado en la sesión
anterior acerca de este particular, añadiendo que el señor Juanola podía
perfectamente seguir dirigiéndose al tribunal en catalán, sin que esto fuera
considerado para nadie corno una falta, de respeto.
Prosigue el interrogatorio
Dándose por terminado el
incidente, fue interrogado por el fiscal el procesado José García Ballester —
pena solicitada: reclusión perpetua— quien dijo que el día de autos sabía que
se habían repartido unas hojas invitando a los obreros al paro general para
protestar de las deportaciones. Cuando había salido da casa para ir a comprobar
si se trabajaba o no, se encontró frente al Ayuntamiento con unos individuos
armados que le dieron el alto y le obligaron a penetrar en dicho edificio.
El fiscal pidió que se leyera la
declaración de este procesado que consta en el sumario y donde se especifica
que fue «invitado» a penetrar en el Ayuntamiento y no «obligado».
Atendiendo a las preguntas de las
defensas, el declarante añadió que a pesar de estar en libertad provisional y
saber la pena que se le pedía, que en un principio era la de muerte y después
la de reclusión perpetua, no ha intentado huir al extranjero y se ha presentado
ante el tribunal para responder en el acto del Consejo.
Miguel Hernández manifestó que en
el Ayuntamiento, donde fue forzado a penetrar, un individuo le entregó un arma
larga y le enseñó cómo se utilizaba, añadiendo que no disparó dicha arma, pues
en cuanto se marchó de su lado el que le había hecho entrega del fusil, él lo
tiró al suelo. Aseguró que nadie le dijo que se había de hacer fuego contra la
fuerza pública.
Fidel Lechón se expresó al ser
interrogado en forma parecida a los anteriores declarantes, añadiendo que él
pudo escaparse del Ayuntamiento, después de haber sido obligado a penetrar por
la fuerza, aprovechando un descuido del que vigilaba la entrada principal.
Joaquín López manifestó que el
día de autos se presentó al que era su patrón, diciéndole que como se había
declarado la huelga, no estaba dispuesto a salir conduciendo el camión que por
cuenta de aquél guiaba. Para enterarse de lo que ocurria fue al Ayuntamiento,
donde, como a los otros, se les obligó a entrar. Una vez dentro, un individuo a
quien no conoce, le dio un arma larga, enseñándole su manejo. Poco después le
obligaron a salir junto con otros individuos, también armados, para vigilar si
los obreros entraban al trabajo. Al pasar por la Rambla de Egara, viendo que
los que le acompañaban estaban distraídos, ios abandonó y se fue a esconder el
fusil que llevaba, con el propósito de entregarlo a la Guardia civil cuando la
situación estuviese normalizada.
También hizo constar que, a pesar
de estar en libertad provisional y saber las graves penas que se han solicitado
contra él, ha acudido ante el tribunal.
El procesado que declaró después
fue Rossini López Rubio, el cual, después de explicar su entrada y permanencia
en el Ayuntamiento, igual que los otros acusados, explicó que si bien no es
vecino de Tarrasa, se encontraba el día de autos en aquella ciudad por haber
acudido al llamamiento por escrito que le había dirigido un amigo a quien tenia
encargado que le buscara trabajo. Precisamente el día de los sucesos se había
dp presentar en la casa donde le había recomendado su amigo.
A petición de las defensas,
fueron mostradas al tribunal unas cartas, que constan en la causa, cruzadas
entre el procesado y el amigo de referencia.
Pedro Martín dijo lo mismo que
los anteriores en lo que se refiere a su detención por los revoltosos en el
interior de las Casas Consistoriales, añadiendo que por la calle no habló con
ningún sereno ni vigilante y que donde vio a éstos fue en el Ayuntamiento,
donde estaban detenidos como él.
El procesado Francisco Morales
explicó que pasó una parte de la noche del 14 al 15 de febrero en un cine, y el
resto en un prostíbulo, de donde salió para ir a dar una vuelta. Al pasar por
delante del Ayuntamiento dijo que le había ocurrido lo mismo que a los otros
procesados. En las Casas Consistoriales fue a refugiarse en la habitación del
conserje, donde también estaba éste detenido por los revoltosos. Afirmó que no
se movió del interior del Ayuntamiento, convencido de que cuando entrasen las
fuerzas no le pasaría nada, puesto que él no hizo nada. Así lo hizo constar al
jefe que mandaba los soldados que entraron en el Ayuntamientp, quien le
contestó que ya se aclararía, y que muy bien pudiera ser que huyeran los que
habían intervenido en los hechos.
A continuación fue interrogado
Camilo Nortes, que además de las explicaciones parecidas a las de los otros,
aseguró que no se enteró de los motivos que impulsaban a los reunidos en el
Ayuntamiento, y que al testigo de cargo Lectosa, que le acusa a él y a algunos
otros procesados de haber participado en las agresiones a la fuerza pública, lo
conoce como vecino de Tarrasa, pero no le vio cometer ningún delito.
Una vez terminado el
interrogatorio de Camilo Nortes, el presidente suspendió la sesión a la una y
media para reanudarla a las cuatro de la tarde.
La sesión de la tarde
A las cuatro de la tarde se
volvió a constituir en la misma forma el tribunal que ha de juzgar la causa que
nos ocupa.
Se mantuvieron las precauciones
en los alrededores de la cárcel y en el interior. Se cacheó al público que
entró a presenciar el Consejo.
Reanudado el Consejo, se
interrogó al procesado José Padilla, quien insistió en la misma versión dada
por los procesados que declararon durante la mañana por lo que se refiere a su
presencia en el Ayuntamiento.
También dijo que se le fue
entregada una pistola que no utilizó. Con pequeñas diferencias declararon Jos
procesados Fernando Rostoll, José Rimbau y Juan Viñals. Este último negó que
retuviese la pistola para vengarse, y dijo que las declaraciones que hizo ante
el juez son falsas, porque las hizo ante el temor de represalias y sin saber
exactamente el alcance de la versión que dio.
Finalmente, fue interrogado
Joaquín Abad, quien manifestó que fue él el que negoció la rendición con el
alcalde, negando que hubiese manifestado que únicamente se rendiría a las
fuerzas del Ejército.
La prueba testifical
Al terminar el anterior
interrogatorio, el fiscal y las defensas anunciaron que renunciaban al
interrogatorio de los restantes procesados, entrándose por orden del presidente
en la prueba testifical.
El primer testigo en comparecer
fue Joaquín Murillo, subcabo de la guardia municipal y jefe del servicio de
noche en Tarrasa.
Hechas las preguntas señaladas
por la ley por parte del presidente, y a preguntas del letrado defensor, señor
Sierra, el testigo manifestó que no se había enterado el día de autos que fuese
a producirse una huelga ni un movimiento de protesta por las deportaciones.
A petición de los otros
defensores, Joaquín Murillo añadió qua no podía precisar si los nombres de los
patrocinados por dichos letrados y que le fueron leídos, corresponden a los que
tomaron parte en los sucesos ocurridos el día de autos. Niega que puedan hacer
cargo alguno contra los que se sientan en el banquillo.
Interrogado por el fiscal, el
testigo explicó cómo se le detuvo y condujo al Ayuntamiento, donde fue retenido
junto con otros municipales, vigilantes y serenos nocturnos, y obligado, junto
con el alcalde y los antes citados agentes municipales, a salir al balcón de
las Casas Consistoriales para parlamentar con las fuerzas de la Guardia civil
que asediaba aquel edificio. Dijo, también que no puede precisar si iban
armados todos los que estaban en el interior del Ayuntamiento, ni recuerda sus
señas.
Joaquín Murillo añadió que no oyó
vivas a la F. A. I. ni al comunismo libertario.
—¿Vio cómo obligaban al alcalde a
redactar una orden dirigida a la Guardia civil? — preguntó el fiscal.
—Sí—contestó el testigo—. Y fui
obligado a llevar esta orden al cuartel de la benemérita.
—¿Sabe usted el contenido de esta
orden?
—Sí. Que por orden del alcalde se
rindiera la Guardia civil.
—Y sabiendo que era una orden de
rendiión dirigida a la Guardia civil, ¿se prestó a llevarla?
—Lo hice para ver si se
apaciguaban los ánimos.
—¿Sabe usted quién obligó al alcalde
a redactar esta orden?
El testigo afirma que no conoce
al Tapiolas el fiscal le recordó que en unas anteriores declaraciones habia
dicho que era José Tapiolas quien obligó al alcalde a redactar dicha orden.
El testigo afirma que no coonce
al Tapiolas y que no recuerda sus señas personales, añadiendo que cuanto
declara es la verdad.
A continuación fue llamado a
declarar Enrique Corbián Victoria, quien a las preguntas de la defensa dijo que
no podía hacer ningún cargo contra ninguno de los que se sientan en el
banquillo.
Al ser interrogado por el fiscal,
manifestó que fue obligado por los revoltosos que estaban en el Ayuntamiento a
salir al balcón de las Casas Consistoriales, a fin de parlamentar con el jefe
de las fuerzas de la Guardia civil, agregando que no vio bandera ninguna
anarquista que ondease en el balcón municipal.
Declara a continuación Ángel
Illa, guardia municipal, quien niega que estuviese enterado de que se preparara
una huelga general o movimiento de protesta, y que no conoce a ninguno de los
procesados ni recuerda haberlos visto el día de autos.
El fiscal le recuerda que en una
de sus declaraciones tiene manifestado que un tal Tapiolas le había obligado,
pistola en mano, a levantar las manos frente al edificio del Ayuntamiento, y
que le arrebató el arma que él llevaba.
El testigo manifestó que esta
declaración la hizo durante el estado de nerviosismo provocado por los
acontecimientos que había presenciado.
El propio testigo es interrogado
por el vocal, capitán don Claudio Domingo, quien le pregunta cuándo vio salir
del Ayuntamiento la mayor parte de los revoltosos que allí se habían reunido, a
lo que contesta el testigo que fue cuando penetraron por la puerta principal
las fuerzas del Ejército.
También le interrogó el vocal don
Fernando Alonso Median, que preguntó a Ángel Illa si disparaba la Guardia civil
en el momento en que por la parte trasera del edificio huían algunos de los
revoltosos. El testigo contestó en sentido afirmativo.
También declaró Miguel Ruz,
agente municipal, guien nada recuerda con precisión de la que ocurrió la noche
de autos. Dijo que ello es debido a que ha perdido la memoria a causa de una
enfermedad.
Otro en declarar fue José Novell,
vigilante nocturno, quien, además de decir que no se enteró de nada de lo
ocurrido, manifestó que encontrándose en la calle donde prestaba servicio se le
presentó u.n individuo que le exigió la entrega del revólver. Como le amenazó
con una pistola, optó por entregarle la suya.
Iguales manifestaciones hizo
Francisco Ferrán Vallet, municipal del servicio nocturno, a] que también le fue
arrebatada el arma.
El vocal don Claudio Domingo
preguntó al testigo sí reconocía en los que están sentados en el banquillo a
alguno de los que le quitaron además de la pistola el chuzo. Después de
examinar detenidamente a los procesados, la contestación fue negativa.
Un descanso Sigue el desfile de testigos.
Después de este interrogatorio,
el presidente suspendió la sesión por unos momentos.
A las seis y cuarto se reanudó de
nuevo el Consejo, siendo interrogado Martín Lavilla, vigilante nocturno, quien
comenzó diciendo que se afirma en todo lo que tiene declarado, pero al
recordarle algunos extremos de sus declaraciones dice que no son verdad, pues
no puede hacer cargo alguno contra los que comparecen ante el Tribunal.
Se le presentó al procesado Tapiolas,
al cual en rueda de presos había reconocido como uno de los más activos
elementos que tomaron parte en los sucesos. Afirmó que el individuo que se le
presentaba no lo había visto nunca y que, por lo tanto, tampoco lo vio el día
de autos.
Juan Santamaría, otro vigilante,
no aportó en sus declaraciones ningún detalle de importancia. Como los
anteriores testigos, dijo que no puede concretar ningún cargo contra los
acusados.
Valentín Sallent, también
vigilante nocturno, no conoce a ninguno de los procesados, y contestando a
presuntas del fiscal, explica algunos detalles de su detención por parte de los
rebeldes, quienes, después de haberle obligado a salir al balcón con el alcalde
para parlamentar con la Guardia civil, le volvieron a retirar al interior,
diciéndole que allí sobraban los que no estuvieran dispuestos a hacer fuego
contra la fuerza pública.
El fiscal le recuerda que en una
de sus declaraciones, que figuran en el sumario, acusa al procesado Badía como
uno de los que disparaban desde las Casas Consistoriales. El testigo rectifica
esta declaración, diciendo que si dijo esto fue porque entre los detenidos que
le fueron mostrados después de los sucesos se decía que el Badía era quien
había disparado, pero que entonces fue la primera vez que le veia.
Declaró luego Salvador Arisó
Doménech, vigilante nocturno, quien, después de explicar que fue obligado a penetrar
en el Ayuntamiento, dijo que solicitó poder salir para atender a un familiar
que tenia enfermo y que a esta petición accedió un tal Tapiolas, que se
encontraba entre los que estaban en el Ayuntamiento. Precisando sus
declaraciones, dijo que el tal Tapiolas y un tal Martín fueron los que le
detuvieron y le obligaron a entrar en el Ayuntamiento y que también fue Tapiolas
quién le acompañó después para que pudiera salir.
El mismo testigo hizo un elogio
de los dos citados procesados, diciendo que son personas, según su opinión, de
muy buena conducta e incapaces de hacer daño alguno.
Acto seguido fue llamado a
declarar don Román Gómez, director de la Escuela Industrial de Tarrasa,
vicepresidente del C. de A. del Banco Comercial de Tarrasa y miembro de
diversas entidades tarrasenses. A las preguntas de las defensas manifestó que
no puede hacer cargo ninguno contra los procesados, y que a los dos días de
haber ocurrido los sucesos visitó al gobernador civil, en representación de
diversas entidades de Tarrasa, y que por dicha autoridad se, enteró de que la
Guardia civil tenía orden el dia de autos de no abandonar el cuartel hasta que
arnaneciera
A preguntas del fiscal, explicó
que en la madrugada del día 15 de febrero del pasado año llamaron unos
individuos a la puerta de su casa, diciéndole de parte del alcalde de la ciudad
que se presentara en las Casas Consistoriales, y que sospechando que no era
cierto tal requirimiento se negó a abrir la puerta ni a acudir al supuesto
llamamiento. Tales requerimientos se convirtieron en amenazas, hasta el extremo
de decir los desconocidos que si no salía de casa, pegarían fuego al edificio.
Añadió que no podía conocer a las
personas que fueron a su domicilio porque no las vio.
El letrado señor Sierra dice a la
presidencia que renuncia a varios de los testigos que había propuesto en el
plenario.
Es llamado a continuación José
Carimaña Marqués, jefe de la guardia municipal, quien dijo que no presenció los
sucesos por encontrarse enfermo y no salir de su domicilio. Solamente puede
declarar que en virtud de un inventario que le encargó el alcalde, echó a
faltar algunas armas del archivo municipal.
Después declaró Emiliano
Rodríguez, cabo de la guardia civil, el cual dijo que se ratificaba y afirmaba
en cuanto tiene dicho en el período de instrucción de la causa. Como iefe que
era de la Guardia civil en el día de autos da detalles del ataque al cuartel
por parte de los sediciosos y de cómo fue repelida la agresión. Refiriéndose a
la detención de cinco de los revoltosos, dijo que si bien él no intervino en el
servicio, en cambio presenció cómo eran desarmados los detenidos. No puede dar
detalles de los hechos ocurridos en el resto de la población, pues no salió del
cuartel.
A preguntas del vocal ponente,
agregó nuevos detalles sobre el número de guardias de servicio habitual en
Tarrasa y de los oficiales. Termina sus declaraciones afirmando que, en
realidad, recibió orden, por parte de la Superioridad, de no sacar las fuerzas
del cuartel hasta que amaneciese.
Finalmente compareció Mariano
Lectosa, guardia municipal, quien contestando a las preguntas de las defensas,
que le presentaron las contradicciones en que habia incurrido con sus
anteriores declaraciones, dijo que las más exactas son las últimas, respecto de
las cuales hizo constar que los nombres que dio como participantes en los hechos
ocurridos en el Ayuntamiento, los. había sacado de una lista que le fue
entregarla junto con unos detenidos, cuva custodia le había sido confiada.
En suma, no puede concretar cargo
alguno contra los citados sujetos.
El Fiscal le hizo observar que,
con mucha precisión, especificó en alguna de sus anteriores declaraciones, una
actitud o actuación bien determinada durante los hechos para cada uno de los
procesados. El testigo contestó que lo hizo y que reconoce que obró muy mal.
—Pero, ¿no reconoció a alguno de
los procesados en rueda de presos?—le dijo el Fiscal.
—No. Yo no reconocí a nadie.
Ante esta contestación el Fiscal
hizo leer las actas de los citados reconocimientos, en cuya diligencia, además
de reconocer a los encartados, formuló cargos concretos contra ellos. A todo
esto e] testigo insistió en su contestación anterior, atribuyendo sus
declaraciones primeras a un estado de obcecamiento. Únicamente acaba por
confesar que a quien reconoce es a un tal Abad, y que ello es debido al apodo
con que se le distingue, «Poca Roba». Añadió que a este individuo le vio
pasearse sin que diera voz de manera alguna, entre los que estaban reunidos en
el Ayuntamiento y los cuales no puede precisar si estaban en calidad de
detenidos antes de penetrar la tropa en el edificio.
Una vez terminado el
interrogatorio de este testigo el Presidente suspendió el Consejo, a las ocho
menos cuarto de la noche, para reanudarlo hoy, a las diez de la mañana.
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