REPORTAJES DE «MUNDO GRÁFICO» EN CATALUÑA
Tarrasa: la ciudad que sabe compaginar la s
actividades industriales con las espirituales
Tiene un
plantel de artistas; celebra exposiciones de Arte diez meses cada año, y en las
dos últimas temporadas se han adquirido unas quinientas obras.
LO QUE DEBIERA
SERVIR DE EJEMPLO
El lector
conocerá, seguramente, Tarrasa tanto si ha estado en ella como de oídas como
población industrial, por sus innumerables fábricas, con sus altas chimeneas
siempre humeantes, en las que trabajan millares de obreros; por sus famosos
paños, que con los de Sabadell compiten con los mejores paños ingleses; por sus
«anarquistas»; por las revueltas que de vez en cuando se han registrado. Pero
no tendrá, sin duda, la menor noticia, ni la más remota idea, el lector de que
sea Tarrasa una ciudad de arraigados sentimientos artísticos y de las que mayor
número de manifestaciones de Arte celebran en Cataluña, y quizá en España, y
donde más obras artísticas—cuadros, esculturas, dibujos—venden los expositores.
Y, sin embargo,
existe, realmente, este aspecto de Tarrasa. En Tarrasa hay una infinidad de
artistas, muchos artistas. Y se celebran Exposiciones, sin interrupción, desde
1º de Septiembre a 30 de Junio, todos los años. Y en las dos últimas temporadas
se han adquirido más de 500 obras, a buenos precios...
Don Luis
Nicolau d'Olwer, uno de los intelectuales de más enjundia de Cataluña, en una
visita que hizo a los Amigos de las Artes, entidad de artistas y simpatizantes
de aquella población, escribió en su álbum: «He aquí una ciudad que sabe compaginar
las actividades industriales con las espirituales. Este ejemplo de Tarrasa
habría de ser imitado por todas las ciudades de España.»
EL ARTE EN
TARRASA
Uno de mis
amigos de Tarrasa, persona muy competente en cuestiones de Arte, me dice:
—Dentro de las
Bellas Artes, cada ciudad se inclina con predilección por un género
determinado. Una se inclinará hacia la música; otra .será aficionada a la
Poesía o a la Literatura; aquella tendrá que ser citada por sus arquitectos,
esta por sus pintores... Tarrasa siente una inclinación especial y fuerte por
la Pintura.
Tarrasa goza
una aureola de arte que la dan los augustos monumentos de su pasado. En primer
lugar, tenemos las tres iglesias de San Pedro, construidas con materiales
romanos sobre las ruinas de la Catedral de Egara, verdaderas joyas del arte
visigótico y del arte románico. Quizás el valor de estas iglesias es más
arqueológico que artístico; pero en el interior se guardan, además de las interesantes
pinturas murales, tres capitales retablos del siglo xv, uno de los cuales—el de
San Abdón y San Senén—fué pintado en el año 1460 por el famoso pintor catalán
Jaime Huguet. Estas pinturas, aparte el valor arqueológico, son,
indiscutiblemente, una s extraordinarias obras de arte.
Otra de las
obras que guarda nuestra ciudad es el bellísimo Cristo yacente de la cripta de
la iglesia parroquial del Santo Espíritu. Se trata de un grupo de esculturas de
alabastro, ejecutado en el año 1544 por el escultor catalán Martín Díaz, que,
hijo de padres aragoneses y educado en las normas que el Renacimiento italiano
entonces dictaba a todo el mundo artístico, produjo una obra impresionante.
Todavía citaré,
dentro de la misma iglesia parroquial, el gran retablo del altar mayor, que
mide unos veinte metros de altura por unos catorce de ancho, y que, trabajado
sobre madera, fué ejecutado a últimos del siglo xvi y primeros del xvii por el
maestro escultor de Barcelona Juan Mompeó y sus hijos. Es una destacada obra de
estilo barroco que existe en la Península.
Una infinidad de
obras de un orden menos brillante acaban de redondear el marco artístico dentro
del cual se mueven los tarrasenses de hoy. Y por debajo del nimbo luminoso de
estas obras excelsas del arte de los antepasados han ido desfilando las
generaciones de tarrasenses. ¿Será la influencia de estas obras la causa de que
la Tarrasa contemporánea se distinga más en el aspecto de las artes plásticas
que en los otros matices artísticos?
Llegamos al
siglo pasado y nos encontramos con el artista Francisco Torres, nacido el 26 de
Febrero de 1832. Torres comenzó siendo escultor; pero trasladóse a París muy
joven y se aficionó a la pintura, en cuyo arte había de sobresalir.
Establecido, más tarde, en Madrid, fué profesor de la Escuela Superior de
Pintura, y luego de la de Bellas Artes. Tarrasa guarda el Santo Cristo de la
capilla del Cementerio, que es una de sus mejores obras escultóricas, y
conserva, celosamente, numerosas pinturas magistrales, especialmente retratos.
Ya en este siglo tenemos la personalidad de Joaquín Vancells, que siguiendo la
corriente del paisajismo, cultivado primeramente por los ingleses, y más tarde
por Corot, Millet y por los impresionistas franceses, pinta los paisajes de los
alrededores de nuestra ciudad. Su pintura respira un romanticismo distinguido y
aristocrático. Sigue Pedro Viver, no tan delicado, pero muy fuerte e impetuoso.
Desgraciadamente, murió joven, en 1917. Federico Trullas, desaparecido también,
fué un concienzudo pintor de retratos. En escultura—nacido el año 1843— hubo un
Pablo Rodó, que dejó algunas esculturas notables, muriendo en 1893.
Modernamente,
cabe nombrar a José Armengol, meteoro fugaz, dotado de extraordinarias
condiciones, que murió muy joven, y pintaba con una finura y una armonía
admirables. De los artistas vivientes, además de Joaquín Vancells, que podría
ponerse como iniciador de una escuela, hay que consignar la obra de Rafael
Benet; del dibujante Pedro Prat; de Mariano Espinal y de Antonio Badrinas.
Tomás Viver es
un buen seguidor, con personalidad propia, de la tónica de Vancells y Pedro
Viver; Pujadas sigue por este camino; J. Soler Diffent es un caso singular de
autodidactismo. Produce una pintura ingenua y primitivista. Juan Duch, espíritu
siempre insatisfecho, pinta paisajes e interpreta la vida fabril de la ciudad.
Francisco Abelló, dibujante y acuarelista, está dotado de una agilidad poco
común.
De la última
promoción sobresale, en primer término y de una manera ostensible y bien
personal, Isidro Odena, pintor dotado del sentido del color de una manera extraordinaria.
Emilio Armengol, Aurelio Biosca, Juan Vancells y J. Marinello están bien
situados dentro de las corrientes modernas de la pintura. Miguel y Pedro Costa
y Ramón Cortés hacen destacar también su trabajo. Julio Figueras es un buen
dibujante de escenas acidas. J. Pla es un pintor bien sensible. A Font produce
bodegones y retratos, y Avellaneda, dibujos arqueológicos. En escultura —
termina diciendo mi amigo — puede citarse el trabajo de César Cabanes, como
propulsor de una escuela y como escultor, y la obra de Miguel Ros, J. Casanovas
y J. Carles entre otros...
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