SECCIÓN TERCERA
Continuó ayer mañana la vista de la causa por la
muerte del director del Banco de Bilbao, señor Pascual.
Como en días anteriores, asistió numeroso público.
El presidente, señor Iturriaga, abrió la sesión a
las once de la mañana, concediendo la palabra al abogado defensor don Alejandro
Burbano.
El defensor analizó la personalidad del procesado,
poniendo de manifiesto sus grandes dotes personales.
Habló después del delito, afirmando que fue el
Banco el que armó el brazo de Livisey y empujó al señor Pascual en contra de su
defendido.
—Si el Banco de Bilbao —añadió— fuese una cosa
material, una persona que pudiese sentarse en el banquillo, yo dejaría este
banco y me sentaría en el de la acusación.
El señor Burbano se extendió en largas
consideraciones sobre la actitud del Banco en relación con sus actuaciones
financieras.
El defensor se refirió después al padre de Livisey,
elogiando su honradez y su espíritu inflexible. Añadió que el hijo había
heredado todas las cualidades del padre. Y si esto es así, ¿por qué no pudo
haber heredado también, su tara mental? Esa es precisamente la que le ha
llevado a esta tragedia, porque la persecución y la crueldad le enfermaron y le
llenaron de melancolía y de tristeza.
El defensor explicó detalladamente las penalidades
y trastornos de la vida del procesado en el período que precedió a los hechos.
Explicó también cómo invirtió el procesado el día de autos, hasta llegar a la
hora de la tragedia.
El señor Pascual vio como Livisey armaba la pistola
e hizo el movimiento instintivo que hace todo el que se ve amenazado
gravemente: se llevó las manos a la cabeza y se volvió de espaldas. Así lo ha
manifestado el guardia urbano que presenció el hecho. También vio el testigo
cómo se disparaba Livisey contra sí mismo.
El defensor leyó después varios textos jurídicos
combatiendo la teoría de alevosía que mantenía el fiscal, y diciendo que no
pudo ser alevoso un hecho a la luz del día y ante los ojos de todo el mundo.
Finalmente, analizó a grandes rasgos las
definiciones del fiscal y del acusador privado y terminó dirigiéndose a la
conciencia de los jurados para pedirles un veredicto de inculpabilidad.
El fiscal rectificó, diciendo que los testigos a
los cuales había aludido la defensa no habían comparecido por ser guardias y
haber sido trasladados de residencia.
El presidente preguntó al procesado si tenía algo
que alegar, y el acusado levantándose dijo:
—Yo no quiero hablar de términos jurídicos porque
no entiendo nada, y ya lo ha dicho todo mi defensor. Pero rogaría a la
presidencia que me concediera quince minutos de tiempo para explicar algo
relacionado con las características de la plaza de Tarrasa y con los millones
de que ha hablado el señor acusador privado.
El presidente: Concrete usted todo lo posible, que
el tiempo apremia. No puedo concederle esos quince minutos...
El procesado: Es que no pude explicarlo en el
juicio. Es sólo para hacer constar que la plaza de Tarrasa es diferente de las
demás, porque los créditos son a base de materias exóticas de exportación. Nada
más que esto, señor presidente.
El señor Livisey volvió a sentarse, y seguidamente
el presidente leyó a los jurados las preguntas del veredicto, que en número de
doce debían contestar. El señor Iturriaga les hizo, además, las recomendaciones
de rigor, explicándoles detalladamente el alcance de cada una de las preguntas
y su significado jurídico y penal. La presidencia terminó diciendo:
—Señores jurados: este momento es grave. Está en
vuestras manos libertar al acusado, mandarlo a la cárcel o al manicomio.
El presidente, siguiendo fielmente el protocolo
judiciario, terminadas estas palabras dio por levantada la sesión y mandó
despejar la sala, con objeto de que los jurados pudieran retirarse a deliberar.
Media hora después se reunió de nuevo el Jurado,
dándose la voz de audiencia pública.
En medio de un silencio sepulcral, se dio lectura
al veredicto, que fue de inculpabilidad.
El fiscal hizo observar a la Sala que consideraba
contradictorio el fallo, por lo cual pedía la revisión del juicio por nuevo
Jurado, y en caso de no accederse a su petición, que constara en acta su
protesta a los efectos de la casación.
A esta petición se adhirió el acusador privado.
La defensa se opuso.
Y la Sala, después de consultar el presidente a los
magistrados de Derecho, acordó no dar lugar a la petición. Seguidamente, se
abrió Juicio de Derecho y la Sala absolvió libremente al procesado.
Al pronunciar el presidente las palabras de «Queda
libre el procesado», el público que llenaba la sala prorrumpió en aplausos.
Livisey, emocionado y llorando, abrazó a cuantos le
felicitaban.
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