Indulto de los condenados a muerte Aracil y Devesa
Los reos en capilla
A la una
de la tarde del domingo, el juez instructor del proceso, comandante de
infantería señor Pérez Garbert, notificó a los condenados a muerte por el
asalto a la Caja
de Ahorros de Tarrasa, José Aracil Cortés (a) Nano de Rosquillas y Antonio
Devesa, la sentencia dictada contra ellos por el Supremo de Guerra y Marina.
Al acto
de la notificación de la sentencia asistieron únicamente el director de la prisión
celular, señor Ochaita y Luca de Tena, y los defensores de los condenados
capitanes de infantería y caballería respectivamente, señores Jiménez Jiménez y
Gutiérrez de la Higuera.
Los reos,
sin dar aparentes muestras de emoción, firmaron la notificación con pulso firme
y sereno.
Después
fueron puestos en capilla. Como ya eran las dos de la tarde, se les sirvió de comer
arroz, bistec con patatas, fruta., cerveza y una copita de licor. Los
condenados comieron con gran apetito y dando muestras de estar muy animados.
Las
capillas habían sido instaladas en dos celdas del departamento de políticos y
en el pasillo del mismo se levantó un altar con la imagen del Crucificado.
Convenientemente
avisados acudieron a la cárcel celular para cumplir su triste misión, los
hermanos de la Paz
y Caridad. También acudieron a la prisión en cumplimiento de su santa misión,
los jesuitas PP. Vives y Pons y el capellán de la cárcel.
Los reos,
cuya filiación libertaria es bien conocida, rechazaron con entereza los
consuelos y auxilios de los expresados sacerdotes y de los Hermanos de la Paz y Caridad.
Como
éstos insistieran en su loable deseo de reconciliarlos con la Iglesia y confortarlos
espiritualmente, los reos recabaron el auxilio de sus defensores para que los
hermanos de la Paz
y Caridad cesasen en su porfía y los dejasen tranquilos.
También
pidieron los reos que fuesen retirados los paños negros y los cirios que se habían
colocado en cada una de las capillas.
A las
diez de la noche Antonio Devesa, expresó su deseo de legalizar su situación con
una mujer con la que, desde hace años, vivía maritalmente y de la que tiene un
hijo.
Inmediatamente
se dispuso todo para realizar este deseo del reo. Se avisó al juzgado de guardia
y éste se personó en la cárcel al cabo de algún tiempo.
El
matrimonio fue solamente civil.
La
compañera de Devesa, que se encontraba enferma, fue conducida a la cárcel en un
automóvil. Al terminar la ceremonia, la pobre mujer, ya agotadas sus fuerzas.,
sufrió un intenso desvanecimiento, y tuvo que ser nuevamente conducida a su
domicilio.
Después
el Devesa, que tiene que heredar a unos parientes, hizo testamente instituyendo
a su hijo como heredero.
A la una
de la madrugada, los reos pidieron nuevamente de comer.
Ellos
mismos eligieron el menú, que se compuso de lo siguiente: conejo frito con
patatas, dos palomos en salsa, huevos, fruta y una botella de chartreusse.
—Como hoy
paga al Estado—dijo Aracil a las personas que se hallaban con él en la capilla,—vamos
a darnos un banquete.
Los dos
comieron juntos con gran apetito.
Se puede
decir que durante toda la noche los reos no se separaron, pues con gran frecuencia,
iban los dos de una celda a otra.
Aracil al
propio tiempo que de una gran entereza, daba muestras de una intensa nerviosidad.
Devesa parecía, a última hora, algo más decaído.
Su
compañero le animaba diciéndole que había que tener confianza en que el indulto
llegaría. Al ver lo avanzado de la hora Devesa comenzaba a desconfiar.
Los
defensores, que tampoco les abandonaron ni un solo instante, también les daban ánimos.
Poco
después de la una el juez militar abandonó la cárcel y se dirigió en una
motocicleta a la Capitanía
general.
A la
marcha del juez siguieron unas horas de intensa expectación.
La
familia de los reos
La
familia de Aracil, que había visto a éste antes de entrar en capilla, estuvo
durante toda la noche en el patio de la cárcel en espera de los
acontecimientos. Estaban tres hermanos, dos hermanas, algunos parientes y varios
amigos íntimos del reo. Todos denotaban estar poseídos de hondo sufrimiento.
Loa
defensores, los empleados de la prisión y los periodistas que, en funciones informativas
se encontraban en la cárcel, les prodigaban frases de aliento y de consuelo.
De
Antonio Devesa no acudió nadie, pues no tiene más familia que su mujer y su
hijo y ya hemos dicho que aquélla se encontraba enferma.
El indulto
A las
tres y media de la madrugada, cuando sólo faltaban dos horas y media para la ejecución,
llegó a la cárcel el juez señor Pérez Garbet..
Con gran
celeridad y demostrando una íntima satisfacción, atravesó el patio de la cárcel,
dirigiéndose al interior.
Los
periodistas le interrogaron y entonces el juez dijo:
—Señores,
traigo buenas noticias. Dentro de un instante las conocerán.
El juez
se dirigió a la celda de Devesa y le dio la noticia de que acababa de recibirse
el indulto. Inmediatamente le hizo a Aracil la misma halagüeña notificación.
Al
conocer la noticia Aracil y Devesa se abrazaron fuertemente y lloraron. Los
defensores estaban afectados, Aracil no hacía más que decir:
—¡Lo ves,
hombre, como tenía razón! ¡No podía suceder de otra manera!
Después
de haber hablado un rato largo con el juez, los defensores y los empleados de la
cárcel y hasta haber aceptado la felicitación de los hermanos de la Paz y Caridad, pidieron que
les dejaran descansar. Eran las cinco de la mañana.
La
familia de Aracil al enterarse del indulto, sintió el extraordinario júbilo que
es de suponer. Todos se abrazaban con indecible alborozo. Una de las mujeres
que había en el grupo de la familia del reo, sufrió un síncope.
También
la noticia se propagó rápidamente por las celdas de los reclusos, los cuales con
ruidosa alegría, estuvieron largo rato aplaudiendo.
Los
defensores, muy emocionados, recibieron también muchas felicitaciones.
A las
cinco y cuarto de la madrugada los ex reos son nuevamente conducidos a sus antiguas
celdas. Iban abatidos. La alegría había despertado en ellos más profunda
emoción que la proximidad de la muerte.
Una nota de la Capitanía general
En la Capitanía general se
facilitó ayer la siguiente nota:
«En la
noche de ayer el capitán general de la región, en vista del sinnúmero de
personas de todas las clases sociales y colectividades de todos órdenes que en
los últimos días habían acudido a él, solicitando transmitiese peticiones de
indulto de los reos Aracil y Devesa, y en atención a las circunstancias especiales
del caso, propuso al Directorio la concesión de indulto, y de acuerdo éste con la
petición, lo aconsejó a S. M., quien inmediatamente lo concedió, y recibido que
fue en esta Capitanía, se transmitieron las órdenes oportunas al juez
instructor, quien lo comunicó a los reos que habían entrado en capilla en las
últimas horas de la tarde.»
A las
trece del día de hoy el capitán general ha recibido el siguiente telegrama del presidente
del Directorio:
«Confirmando
instrucciones verbales comunicadas ayer a V. E. por teléfono me es grato
confirmarle que S. M. el Rey ha indultado de la pena de muerte a los reos
sentenciados por asalto Caja Tarrasa.»
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