martes, 28 de enero de 2014

La Vanguardia, Edición del martes, 03 marzo 1925, página 11

Indulto de los condenados a muerte Aracil y Devesa

Los reos en capilla

A la una de la tarde del domingo, el juez instructor del proceso, comandante de infantería señor Pérez Garbert, notificó a los condenados a muerte por el asalto a la Caja de Ahorros de Tarrasa, José Aracil Cortés (a) Nano de Rosquillas y Antonio Devesa, la sentencia dictada contra ellos por el Supremo de Guerra y Marina.

Al acto de la notificación de la sentencia asistieron únicamente el director de la prisión celular, señor Ochaita y Luca de Tena, y los defensores de los condenados capitanes de infantería y caballería respectivamente, señores Jiménez Jiménez y Gutiérrez de la Higuera.

Los reos, sin dar aparentes muestras de emoción, firmaron la notificación con pulso firme y sereno.

Después fueron puestos en capilla. Como ya eran las dos de la tarde, se les sirvió de comer arroz, bistec con patatas, fruta., cerveza y una copita de licor. Los condenados comieron con gran apetito y dando muestras de estar muy animados.

Las capillas habían sido instaladas en dos celdas del departamento de políticos y en el pasillo del mismo se levantó un altar con la imagen del Crucificado.

Convenientemente avisados acudieron a la cárcel celular para cumplir su triste misión, los hermanos de la Paz y Caridad. También acudieron a la prisión en cumplimiento de su santa misión, los jesuitas PP. Vives y Pons y el capellán de la cárcel.

Los reos, cuya filiación libertaria es bien conocida, rechazaron con entereza los consuelos y auxilios de los expresados sacerdotes y de los Hermanos de la Paz y Caridad.

Como éstos insistieran en su loable deseo de reconciliarlos con la Iglesia y confortarlos espiritualmente, los reos recabaron el auxilio de sus defensores para que los hermanos de la Paz y Caridad cesasen en su porfía y los dejasen tranquilos.

También pidieron los reos que fuesen retirados los paños negros y los cirios que se habían colocado en cada una de las capillas.

A las diez de la noche Antonio Devesa, expresó su deseo de legalizar su situación con una mujer con la que, desde hace años, vivía maritalmente y de la que tiene un hijo.

Inmediatamente se dispuso todo para realizar este deseo del reo. Se avisó al juzgado de guardia y éste se personó en la cárcel al cabo de algún tiempo.

El matrimonio fue solamente civil.

La compañera de Devesa, que se encontraba enferma, fue conducida a la cárcel en un automóvil. Al terminar la ceremonia, la pobre mujer, ya agotadas sus fuerzas., sufrió un intenso desvanecimiento, y tuvo que ser nuevamente conducida a su domicilio.

Después el Devesa, que tiene que heredar a unos parientes, hizo testamente instituyendo a su hijo como heredero.

A la una de la madrugada, los reos pidieron nuevamente de comer.

Ellos mismos eligieron el menú, que se compuso de lo siguiente: conejo frito con patatas, dos palomos en salsa, huevos, fruta y una botella de chartreusse.

—Como hoy paga al Estado—dijo Aracil a las personas que se hallaban con él en la capilla,—vamos a darnos un banquete.

Los dos comieron juntos con gran apetito.

Se puede decir que durante toda la noche los reos no se separaron, pues con gran frecuencia, iban los dos de una celda a otra.

Aracil al propio tiempo que de una gran entereza, daba muestras de una intensa nerviosidad. Devesa parecía, a última hora, algo más decaído.

Su compañero le animaba diciéndole que había que tener confianza en que el indulto llegaría. Al ver lo avanzado de la hora Devesa comenzaba a desconfiar.

Los defensores, que tampoco les abandonaron ni un solo instante, también les daban ánimos.

Poco después de la una el juez militar abandonó la cárcel y se dirigió en una motocicleta a la Capitanía general.

A la marcha del juez siguieron unas horas de intensa expectación.

La familia de los reos

La familia de Aracil, que había visto a éste antes de entrar en capilla, estuvo durante toda la noche en el patio de la cárcel en espera de los acontecimientos. Estaban tres hermanos, dos hermanas, algunos parientes y varios amigos íntimos del reo. Todos denotaban estar poseídos de hondo sufrimiento.

Loa defensores, los empleados de la prisión y los periodistas que, en funciones informativas se encontraban en la cárcel, les prodigaban frases de aliento y de consuelo.

De Antonio Devesa no acudió nadie, pues no tiene más familia que su mujer y su hijo y ya hemos dicho que aquélla se encontraba enferma.

El indulto

A las tres y media de la madrugada, cuando sólo faltaban dos horas y media para la ejecución, llegó a la cárcel el juez señor Pérez Garbet..

Con gran celeridad y demostrando una íntima satisfacción, atravesó el patio de la cárcel, dirigiéndose al interior.

Los periodistas le interrogaron y entonces el juez dijo:

—Señores, traigo buenas noticias. Dentro de un instante las conocerán.

El juez se dirigió a la celda de Devesa y le dio la noticia de que acababa de recibirse el indulto. Inmediatamente le hizo a Aracil la misma halagüeña notificación.

Al conocer la noticia Aracil y Devesa se abrazaron fuertemente y lloraron. Los defensores estaban afectados, Aracil no hacía más que decir:

—¡Lo ves, hombre, como tenía razón! ¡No podía suceder de otra manera!

Después de haber hablado un rato largo con el juez, los defensores y los empleados de la cárcel y hasta haber aceptado la felicitación de los hermanos de la Paz y Caridad, pidieron que les dejaran descansar. Eran las cinco de la mañana.

La familia de Aracil al enterarse del indulto, sintió el extraordinario júbilo que es de suponer. Todos se abrazaban con indecible alborozo. Una de las mujeres que había en el grupo de la familia del reo, sufrió un síncope.

También la noticia se propagó rápidamente por las celdas de los reclusos, los cuales con ruidosa alegría, estuvieron largo rato aplaudiendo.

Los defensores, muy emocionados, recibieron también muchas felicitaciones.

A las cinco y cuarto de la madrugada los ex reos son nuevamente conducidos a sus antiguas celdas. Iban abatidos. La alegría había despertado en ellos más profunda emoción que la proximidad de la muerte.

Una nota de la Capitanía general

En la Capitanía general se facilitó ayer la siguiente nota:

«En la noche de ayer el capitán general de la región, en vista del sinnúmero de personas de todas las clases sociales y colectividades de todos órdenes que en los últimos días habían acudido a él, solicitando transmitiese peticiones de indulto de los reos Aracil y Devesa, y en atención a las circunstancias especiales del caso, propuso al Directorio la concesión de indulto, y de acuerdo éste con la petición, lo aconsejó a S. M., quien inmediatamente lo concedió, y recibido que fue en esta Capitanía, se transmitieron las órdenes oportunas al juez instructor, quien lo comunicó a los reos que habían entrado en capilla en las últimas horas de la tarde.»

A las trece del día de hoy el capitán general ha recibido el siguiente telegrama del presidente del Directorio:

«Confirmando instrucciones verbales comunicadas ayer a V. E. por teléfono me es grato confirmarle que S. M. el Rey ha indultado de la pena de muerte a los reos sentenciados por asalto Caja Tarrasa.»




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