Ha
llegado por fin el verano y con él aquellas horas tan caliginosas y pesadas,
que en verdad lo son las de diez a quince.
De ahí
que son legión los veraneantes que invierten las mañanas en visitar los
bellísimos panoramas que encierra el vastísimo término de la población,
convertido todo él en bosque espeso y frondoso. Es confortador, alegre y
simpático el aspecto que ofrecen los frondosos bosques próximos a la población,
a las siete horas de la mañana: situados al borde de la fuente de «Can Sola del
Recó», por ejemplo, se puede contemplar a innumerables sirvientes que con los
tiernos rapazuelos confiados a su vigilancia, escuchan con verdadera unción los
gorgoritos sonoros del ruiseñor y el murmullo del agua cristalina y pura.
Y claro,
como el calor aprieta, se halla el término, no el pueblo de Matadepera, todo el
término convertido en hormiguero humano, pues, siendo la característica del
mismo apropósito para baños de sol, clima irreal, sano, buenas aguas, por sus
bosques oxígeno puro, cada año que transcurre es más numerosa la colonia
veraniega y a pesar de trabajar sin descanso en la construcción de nuevas
casas, siempre se adolecen los mismos defectos, que no pueden guarecer todos los
que con su familia desearían pasar en esta población la temporada de verano.
Uno de los factores más importantes que tiene Matadepera para atraer a los
veraneantes, es lo familiar y sencillo de sus costumbres, ya en el trato, ya en
el vestir. Pues aquí, en cuanto se han verificado los saludos de rúbrica y
presentación, ya se han acabado los cumplidos; ya puede salirse a la calle sin
guardar aquella etiqueta tan rigorista impuesta en ciertos balnearios.
—Corresponsal
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