martes, 3 de diciembre de 2013

La Vanguardia, Edición del miércoles, 20 agosto 1924, páginas 9 y 10

Consejo de guerra contra los atracadores de la Caja de Ahorros de Tarrasa

Continúa la vista
A las nueve y media se constituye el tribunal, dándose seguidamente entrada al público al salón de actos de la Cárcel Celular, en el que se celebra la vista.

Asiste más gente que a las sesiones de ayer.

La constitución del tribunal es la misma de las anteriores sesiones.

Los acusados entran entre una pareja de la guardia civil y toman asiento en el banquillo. Aparecen muy animados. Su rostro jovial no delata que hayan pasado grandes inquietudes durante la noche última.

La sesión comienza leyendo el secretario de causas, sargento don Ricardo Puey Ara, algunas diligencias del sumario que ofrecen poco interés.

Los defensores renuncian a otras diligencias que consideran, asimismo, poco interesantes.

Seguidamente se pasa a interrogar a los procesados.

El primero que declara es José Leopoldo Martinenc (a) El Aristócrata, al cual se leen las declaraciones prestadas por él.

Una vez terminada la lectura, el fiscal, don José María Segnier, le interroga.

Fiscal.—¿El procesado sabía que estaba penada la tenencia de armas?
Procesado.—Sí.
F.—¿Conocía a Saleta?
P.—No.
F.—¿Y a Devesa?
P.—Sí.
F.—Dónde le conoció?
P.—En Cartagena y en Barcelona al trabajar el Devesa en la descarga de buques.
F.—¿Conocía a Molina?
P.—Sí; le conocía porque era marinero.
F.—¿Y a Aracil?
P.—No.
F.—-¿Sabe el procesado quién recomendó al Aracil para que ingresase en la Asociación Humanitaria Calatrava?
P.—No.
F.—¿Dónde trabajaba?
P.—Con mi padre; en el muelle.

Finalmente le hace el fiscal otras preguntas respecto al atraco, contestando el procesado que no sabe nada de él y que el día de autos fue a un establecimiento de objetos de escritorio, propiedad de un señor llamado Cardona, comprando distintos objetos.

Después son leídas las declaraciones prestadas por Aracil.

A continuación el fiscal interroga al procesado.

Dice éste que no conocía al «Aristócrata», y sí al Saleta desde el año 1920, suponiendo que si éste lo señaló como autor del atraco fué por antipatía personal. Añade que no conocía al Devesa y justifica su uso de nombre supuesto para no dar a su padre un disgusto si era detenido, ya que así lo temía, dadas sus ideas sindicalistas.

Como el anterior, dice no saber nada del atraco a la Caja de Ahorros de Tarrasa.

Después declara Antonio Devesa.

Como en el sumario constan varias declaraciones suyas, todas ellas contradictorias, el fiscal le pregunta si se ratifica en dichas declaraciones.

Procesado.—En la última que hice.
Fiscal.—¿Recuerda que dijo también en unas declaraciones que intentó asistir al juicio sumarísimo contra Saleta y Pascual Aguirre, no pudiendo realizar su propósito por no tener cédula?
P.—No; yo no quise asistir al juicio.
F.—¿Qué hizo usted el día de autos,
P.—Precisamente a la hora en que ocurrió el atraco yo estaba en Barcelona, y buena prueba da ello es que presenció el atropello de un carro por un camión en el paseo de Colón, que estuve también en el muelle viendo cómo desembarcaba el pasaje del trasatlántico «Victoria Eugenia» y que tuve ocasión de hablar con una mujer conocida mía llamada María del Riu que venía de la playa con un niño, hijo suyo. Todo consta en el sumario, .declarado por mí.
F.—¿Quiere usted decirme qué daños sufrió el caballo que arrastraba el carro al ser atropellado por el camión?
P.—El caballo resultó muerto. Además, una rueda del camión le arrancó el casco de la pata izquierda.
F.—¿Puede el procesado precisar en qué lugar se encontró con su conocida María de Riu.
P.—Sí. En el comienzo de la Rambla, frente al Juzgado militar y al Banco de España.
F.—Cuando salió usted de Tarrasa días antes del hecho, para venir a Barcelona, ¿cuánto dinero traía?
P.—Tres o cuatro duros.
F.—Y, ¿cuánto tiempo estuvo en Barcelona?
P.—Diez o doce días.
F.—¿Es verdad que usted durmió una noche en casa de José Leopoldo Martínez?
P.—No. Es decir, sí; estuve
F.—¿No durmió entonces? ¿Lo pasó en vela?

El procesado calla con visible turbación.

Desfile de testigos

El primer testigo que comparece ante el Tribunal es don Pedro Casas Abarca.

Se ratifica en las declaraciones hechas en el sumario.

Los hermanos Aracil trabajaron en su casa y les pagó varias cuentas.

Sabía que los hermanos Aracil estaban sin trabajo y llamó para hacer una reparación a uno de ellos, que era electricista.

No tuvo con ellos gran relación porque fue su administrador quien les dio instrucciones.

Se retira.

El testigo Plácido Serras es renunciado.

Habla después José Cordas, que es uno de los testigos que en sus primeras declaraciones han acumulado más cargos contra el Aracil, incurre en contradicciones, dando origen la petición fiscal a que se lean las declaraciones que hizo, a que se entable un vivo diálogo entre el fiscal y los defensores.

Leídas las declaraciones, en las cuales se acusa a Aracil de haber tomado parte en el atraco, el testigo explica algunas coacciones de que fue objeto para que no declarase contra el Aracil.

El testigo, que vive en la misma casa de Aracil y trabaja en Tarrasa, muy cerca de la Caja de Ahorros, dice que momentos antes del atraco vio al Aracil pasearse por la acera del edificio de la Caja.

Don Santiago Cardona, testigo de las defensas, declara.

El capitán don Restituto González Fraile, defensor de José Leopoldo, le pregunta si recuerda lo que declaró en el sumario.

Contesta que sí y se lee su declaración.

Según ésta, «El Aristócrata el día del asalto a la Caja de Tarrasa estuvo en su establecimiento para hacer compras.

A todas las preguntas de la defensa, de la presidencia, del fiscal y de un vocal contesta el señor Cardona que el día 20 de septiembre estuvo José Leopoldo Martínez en su casa.

Lo sabe con exactitud, porque como compraba a crédito fue inscrita la nota de compras en los libros de la casa.

El hijo del anterior, don Ernesto Cardona, afirma también que José Leopoldo Martínez estuvo en su casa el día 20 de septiembre a cambiar un secante.

No recuerda si se le cambiaron unos libros rayados.

El fiscal le pregunta si no sería el hermano del procesado.

Contesta que no, que era el mismo Leopoldo.

Después comparece el capitán de la guardia civil a quien Saleta hizo sus últimas declaraciones en ocasión que estaba en capilla. Se llama éste don Félix Gabarri.

Dijo Saleta que fuera del edificio de la Caja, quedaron el chófer, el Aguirre y un individuo conocido por «Pepín», el cual lleva dientes de oro en la boca, añadiendo que no puede precisar quién de estos dos últimos hizo el disparo contra el somatenista, matándole.

También dice que entraron en el edificio seis individuos.

A preguntas del fiscal y los defensores, el capitán declarante dice que a él le pareció que Saleta, en sus últimas manifestaciones, dijo verdad, pues casi todos los extremos de sus declaraciones fueron comprobados más tarde.

Reanudada ésta, comparece el teniente coronel señor Díaz Seres, quien se expresa en forma parecida a como lo ha hecho el capitán Gabarri.

Añade que, según dijo Saleta, «Pepín», en el asalto a la Banca Padró de Manresa, no pudo poner en marcha el auto que utilizaron para el atraco.

Añade que Saleta no dio nombre alguno, señalando a sus compañeros por sus apodos.

Declara, María de Riu.

Dice que tenía amistad con Antonio Devesa, a quien conoció hace nueve años.

María dice que está detenida en la cárcel y que no sabe por qué, pues fueron a practicar un registro cuando ella no estaba en su casa.

Lee el fiscal la relación de las armas, bombas, dinamita, mecha, etc. halladas en su casa de la calle del Priorato, 21, primero, primera, y le pregunta a la testigo si en su casa había todo eso.

María contesta que no sabía nada.
Fiscal.—¿El día de autos vió usted a Devesa?
Testigo.—Sí. En el paseo de Colón, donde estaba esperando el tranvía 57 para ir a Sans.
F.—Pues el procesado ha dicho que la vio en la Rambla, frente al Banco de España.
La testigo (con turbación).—Es posible. No lo recuerdo bien.

Desfilan después otros testigos que no hacen manifestaciones de interés.

Declara don Manuel Palet, empleado de la Caja de Ahorros atracada.

Afirma que vio parar ante su ventanilla un sujeto, que es el único que ha reconocido en fotografía, que resultó ser José Aracil.

Al entrar vio en la puerta a cinco individuos, que no le infundieron sospechas.

Como después fué sorprendido y amenazado ya no vio más.

Su hermano, José Palet, dice que en rueda de presos no pudo reconocer más que a uno de los procesados y aun no con certidumbre.

Añade que uno de los que entraron en la caja hablaba el catalán correctamente.

Después de ser desvalijada la caja, vió a ocho individuos que salían a la calle.

Se acerca a la presidencia y sobre el plano da explicaciones.

Se leen actas de los reconocimientos en rueda de presos practicados en el sumario en los que reconoció al «Aristócrata» como a uno de los asaltantes.

Declara Cordiano Menacho, afirmando que el testigo Ramón Serra, que acusa a la procesada Joaquina Almirall, tiene perturbadas sus facultades mentales.

Se lee una certificación del doctor Castro que corrobora lo que dice el testigo.

En vista de ello, el abogado señor Vinyals renuncia al resto de la prueba.

Comparecen luego Francisco Ribera, Jerónimo Prat y Dolores Miret, cuyas declaraciones no son de gran interés.

A continuación declara José Vilarrubí, que resultó herido de un balazo con motivo del asalto. Aun tiene alojada la bala en el pecho.

Estaba dentro de su casa y al oír los disparos salió a la calle, viendo a varios desconocidos.

Se imaginó en seguida que hablan saqueado la Caja de Ahorros y quiso perseguir a los ladrones.

Dio voces de auxilio y le dispararon dos tiros, hiriéndole.

A Juan Martín Palau, su vecino, que quiso auxiliarle, también le dispararon los atracadores y tuvo que refugiarse en una sastrería.

En el automóvil sólo vio a tres individuos.

Comparecieron los testigos Miguel Cunill y Antonio Reyes. Este dice que el chófer que guiaba el auto también disparaba.

El fiscal y las defensas renuncian a las declaraciones de Julio Vidal Franco, Felipe Burebar y Francisco Masanés.

El juez dice que no han comparecido, como otros testigos, entre ellos Pedro Domingo, Jerónimo Casanoves y J. Solé Casasayas, que fue citado en forma.

Las defensas piden que se les exijan responsabilidades.

A la una y media se suspende la vista para continuarla a las cuatro de la tarde.

Unas parejas de la guardia civil salieron para Tarrasa a fin de interesar nuevamente la presencia de algunos testigos.

Sesión de la tarde

A las cuatro de la tarde, se constituye nuevamente el consejo de guerra.

Asiste mucho más público que por la mañana.

Comparecen en primer lugar los reclusos José Espuny y March, Pedro F. García, Joaquín Boíx, Joaquín Blanco Martínez y Salvador Parramón, cuyas declaraciones no revisten gran interés, por lo que el fiscal y las defensas renuncian a, interrogarles, excepción del Parramón, quien se llama amigo de los procesados Devesa y Leopoldo Martínez.

El fiscal pide que se lea una carta del Parramón, quien en la misma declara que se vió amenazado de muerte por el «Nano» y Molina, por no haber querido tomar parte el declarante en un proyectado atraco al habilitado de Marina.

Preguntado por el defensor del Leopoldo, el testigo dice que no cree capaz al procesado para tomar parte en atracos u otros hechos delictivos.

Comparece el testigo Juan Martí Palau, de oficio tartanero, el cual el día de autos estaba frente a la Caja de Ahorros de Tarrasa, esperando al doctor Oller, que visitaba a un enfermo domiciliado en una casa de las inmediaciones del lugar donde se concibió el atraco y por lo tanto, es un testigo presencial del suceso.

El fiscal pide que se lean, y así se hace, las declaraciones hechas por el Martí, las diligencias de reconocimiento en rueda de presos. De la lectura de dichas diligencias sumariales, se desprende el reconocimiento del procesado Devesa, como uno que con pistola en mano asaltaron la Caja de Ahorros de Tarrasa. A preguntas del fiscal señor Sagnier, explica el testigo la naturaleza de la dolencia que sufre en la cabeza, afirmando que en el día de autos se hallaba en estado excelente.

Relata, ante la pizarra su situación frente a la Caja de Ahorros el día de autos, que le permitió observar detenidamente a varios de los autores del asalto.

El declarante reconoce las gorras que están encima de la mesa del tribunal y preguntado por el fiscal si reconocía entre los del banquillo al Devesa, sin vacilar señala el testigo al procesado, que ocupa el segundo lugar de la derecha del banquillo de los acusados, resultando ser el propio Devesa.

(Se produce entre el público gran sensación.)

El capitán defensor del Devesa interroga al testigo Juan Martí, haciendo notar que éste ha incurrido en varias contradicciones en las diversas declaraciones sumariales, pues en unas dice haber visto salir de la Caja de Ahorros a cinco individuos, en otras cuatro y en otras tres.

Con este motivo se promueve un vivo incidente entre el fiscal y las defensas al formular el defensor del Devesa diversas consideraciones acerca de la gorra que se halla sobre la mesa presidencial.

Informa después un perito armero, el cual dice que reconoció dos pistolas, por mandato judicial, una de ellas sumamente deteriorada, aunque podía disparar.

Se da por terminada la prueba y el presidente autoriza al fiscal don José María Sagnier para leer su informe.

Comienza recordando el estado anárquico en que se encontraba la vida social española por los días en que ocurrió el hecho de autos.

Entonces ocurrió un hecho político que determinó la reacción ciudadana, el anhelo de liberación de las ciudadanos que deseaban terminar con la organización terrorista que les oprimía y deshonraba.

Habla de la existencia de una banda de pistoleros que capitaneaba el Saleta y de la que era lugarteniente el «Aristócrata».

Había también un nuevo elemento casi desconocido, que vivía en Tarrasa: Antonio Devesa.

Habla de algunas audacias del «Aristócrata», de las cuales salió airoso varias veces que fué detenido por la policía gracias al carnet de la Sociedad Humanitaria Calatrava que llevaba siempre consigo.

El truco daba tan buen resultado que Aracil se afilió a la misma humanitaria entidad.

Se refiere también a las confidencias que obran en el sumario. Justifica que estas confidencias sean anónimas, pues la gente amedrentada, por el terrorismo, no se atreve a declarar su nombre.

Dice que José Aracil ha intervenido en el tiroteo de la calle de San Ramón, en el asesinato de un obrero de «La Publicidad» en el asalto a la Caja de Ahorros de Badalona y de la casa de Banca Padrós; de Manresa. Antonio Devesa, según el fiscal, era desconocido de los individuos de la banda, excepto del Aristócrata. Por esto el Paleta no lo acusó por su nombre, aunque habló de un «Antonio el de Tarrasa», del que dijo, que era rubio, bajo y delgado.

Del «Aristócrata» dice que no ha podido justificar dónde pasó el día de autos pues si bien ahora hay un comerciante el cual declara que el tal verificó compras en su casa, no puede creerse en estas manifestaciones que no se hicieron en las primeras declaraciones del declarante sino ahora, en el mes de mayo, ocho meses después del suceso. El hecho no pasa de ser una inhábil coartada en la que no puede creerse.

Dice también que Devesa ha mentido al decir me estuvo el día de autos viendo desembarcar al pasaje del «Reina Victoria», pues el trasatlántico que llegó aquel día fue el «Infanta Isabel». En cuanto al accidente que ha dicho presenció también se deja descubrir la burda añagaza, puesto que ha dicho que el camión le arrancó al caballo atropellado un casco de las patas traseras, siendo así que era de las delanteras.

Se refiere después al hecho objeto del sumario deduce que los procesados, si bien iban a robar estaban dispuestos a matar para conseguir su propósito, y esto hace que del asesinato cometido sean responsables todos ya que el propósito homicida era común.

Entiende, por consiguiente, que los hechos relatados son constitutivos de los delitos de robo, homicidio y agresión a la fuerza armada en la persona de un somatenista.

La petición de pena

El fiscal se pone en pie para leer la petición de penas

Todo el tribunal le imita, siguiendo el público, que también se pone en pie.

El momento es de una honda emoción.

En el momento de formular la gravísima petición el señor Sagnier se emociona visiblemente. Pero con voz firme y decidida lee:

«Y termino, en nombre de S. M. el Rey (que D. g.), pidiendo al Consejo, por ser de justicia, que condene a los tres procesados José Aracil Cortés (a) «Pepín o Nano de las Rosquillas», Leopoldo Martínez Puig (a) «Aristócrata», y Antonio Devesa Bayona, a la pena de muerte, con la accesoria, en caso de indulto, de inhabilitación absoluta perpetua y que se les condene en concepto de responsabilidad civil, con carácter solidario y subsidiario, al pago de los herederos del señor Castella de 1.500 pesetas, y a la Caja de Ahorros de Tarrasa 6.587’35 pesetas a que asciende lo robado, y 729 que satisfizo por gastos de curación del señor Vilarrubia. En caso de haber lugar a ello le será de abono la mitad de la prisión preventiva el primer año y el resto del exceso.

También pido la libre absolución a favor de Domingo Solá Tresserras y Joaquina Almirall Poch por falta de pruebas.

Todo con arreglo a los artículos 18, 49, 53, 65 y 81 del Código Penal, ley de 17 de enero de 1901, y demás de general aplicación.

Terminada la lectura, el tribunal y el público se sientan y el presidente levanta la vista por quince minutos.

Se reanuda la vista

Transcurridos los quince minutos de descanso se reanuda la vista.

Comienza leyendo su informe el abogado don Álvaro Vinyals, el cual se congratula de que el fiscal haya retirado la acusación contra su patrocinada Joaquina Almirall.

Quiere, sin embargo, despojar toda duda de delincuencia que pueda pesar sobre la honra y buena fama de su defendida, lo que consigue brillantemente en su notable informe. Termina pidiendo, de acuerdo con la petición fiscal, la libre absolución de Joaquina Almirall.

Lee después su informe el defensor de Domingo Solá, capitán don Guillermo Cavestany, quien rebate la calificación fiscal por estimarla equivocada.

Dice que para que las agresiones contra individuos del somatén se consideren como delitos contra la fuerza armada, según previene el bando dictado a raíz de declararse el Estado de guerra, es preciso que estos ostenten distintivo o se hayan dado a conocer como tales somatenes.

El asesinato del señor Castella no puede considerarse por tanto como un delito contra
la fuerza armada.

Después se extiende en consideraciones para demostrar que el proceso está basado sobre indicios y declaraciones que no ofrecen todas las garantías debidas.

Termina lamentando que se hayan unido al proceso unas declaraciones anónimas, sin avalar por ningún nombre solvente, sometiendo de este modo a la deliberación de seis caballeros las falsas declaraciones de algunos individuos cuya condición moral puede deducirse por el carácter clandestino de sus informes.

A las nueve y media se vuelve a suspender la vista hasta las once de la noche.

Se reanuda la sesión

A las diez y media de la noche se constituye nuevamente el tribunal.

El público que asiste es mucho más numeroso que en las anteriores sesiones de la vista. Se ven muchos obreros y bastantes mujeres.

El defensor de Antonio Devesa, capitán del regimiento de Numancia, don Manuel Gutiérrez de la Higuera, lee su informe.

Hace notar que las pruebas que concurren contra su defendido, pues la fragilidad de estas pruebas contrasta con la robustez de las que aportan su patrocinado para demostrar que toda la mañana del día de autos la pasó en Barcelona.

Dice que las manifestaciones del testigo Juan Martí Palau, único que acusa concretamente a Antonio Devesa, no ofrecen garantía alguna de veracidad, pues este testigo, que dice padecer de un modo intermitente determinada enfermedad cerebral, ha incurrido en grandes contradicciones, a más de que en algunos momentos ha dado, pruebas de una gran flaqueza de memoria, hasta el extremo de que en la primera declaración presentada dijo, que vio salir tres individuos de la Caja de Ahorros, en la segunda declaración dijo que eran cuatro y en la tercera cinco.

Termina solicitando la libre absolución de su procesado, pues no existe ninguna prueba consistente que acuse a su patrocinado.

El defensor de José Leopoldo Martínez (a, Aristócrata, capitán don Restituto González Fraile, informa.

Entiende que no puede darse crédito a las acusaciones que se hacen contra su defendido porque casi todas ellas son de procedencia anónima.

Las que no son de este carácter son contradictorias y esto es aún menos digno de crédito.

El testigo Parramón, hombre de la más abyecto condición moral, ha acusado al «Aristócrata» por deseo de venganza y de rencilla personal. Además Parramón está procesado y preso, y a hombres en estas condiciones no se le puede ofrecer un crédito de confianza.

Hay, además, un detalle de importancia que favorece a su defendido. Existen dos pistolas cuya propiedad se atribuye a Martínez. Y estas pistolas están, según informe pericial, oxidadas y seguramente no habían sido disparadas desde hacía mucho tiempo.

Reconoce que Martínez era un muchacho libertino, que cometió indudables ligerezas y aún que cometió algunos hechos punibles, como la venta de cocaína, pero que en modo alguno, por su educación y su temperamento, pudo llegar nunca a ser un ladrón y un asesino.

Cree que el fiscal extrema su rigor pidiendo la pena de muerte para los tres procesados.

«La vida de un hombre, dice, merece que se hile muy delgado, que se ande con tacto exquisito para no cometer un error irreparable y funesto.»

Un error de perceptiva, de apreciación, puede echar sobre nuestra conciencia un peso doloroso. Recordar que los rieles del tranvía son paralelos, pero a cierta distancia parecen convergentes.

Refuta también las declaraciones del testigo José Palet, por entender que el temor lo había alucinado y le hizo decir cosas que no había visto.

Asimismo va refutando el supuesto de que el «Aristócrata» esté complicado en otros atracos y que «El Aristocrático», a quien acusó el Paleta, sea el Martínez a quien nadie, aparte los anónimos comunicantes, llaman por el supuesto apodo de «Aristócrata».

Dice que mucho más confianza que las pruebas acusatorias merece el testimonio del honorable comerciante señor Cardona, que ha declarado que Leopoldo Martínez hizo varias compras en su casa el día de autos.

Excita al tribunal a que no se deje persuadir por pruebas indicatorias, que han sido siempre las que han dado motivo a los mayores errores judiciales.

Termina solicitando la libre absolución del procesado.

El capitón don Antonio Jiménez Jiménez, defensor de José Aracil Cortés, da lectura a su informe.

Dice que no existe, en todo el voluminoso legajo del proceso, ninguna prueba convincente que acuse a Aracil.

No se puede tomar en consideración, a no ser que se padezca una momentánea ceguera moral, al acto vengativo y repugnante de un hombre que fue ruin en la vida y siguió siéndolo hasta el momento de la muerte. José Saleta, al acusar concretamente a José Aracil como a uno de los autores sólo lo hizo para satisfacer bajos instintos de venganza porque éste no había querido nunca secundar sus criminales propósitos.

Insiste en la falta de pruebas. A su juicio la prueba testifical es insuficiente, la prueba indiciaria es vergonzante y mezquina.

Los antecedentes de su vida privada tampoco le acusan.

A la banda del Saleta no pertenecía Aracil. En diversas ocasiones los individuos de esta banda fueron perseguidos por la policía, y aun detenidos, pero nunca se sabe que figurara entre ellos Aracil.

Sus únicos antecedentes son que era sindicalista.

Niega que Aracil trabajara de chofer hace diez años en el garaje que tenía el padre del
«Aristócrata», pues Aracil tiene ahora 21 años y no es posible que cuando tenía 11 años estuviera empleado como chofer.

Recuerda que en una ocasión el Saleta y Aracil riñeron en la calle y entonces Saleta juró vengarse.

Reputa falsas las acusaciones de José Cardas, individuo de cuyo testimonio debe dudarse por ser hombre de dudosa conducta moral que actualmente se halla procesado. Además este individuo ha pertenecido sucesivamente al Sindicato único y al Sindicato libre, volviendo nuevamente al Sindicato único, lo que hizo que se aumentaran las diferencias que existían entre Aracil y el testigo.

Así resulta que los que son testigos de cargo, favorecen con sus acusaciones al procesado puesto que se demuestra que sólo lo hacen por bajas pasiones de índole personal.

Sigue rebatiendo loa argumentos de la acusación fiscal que estima capciosos y poco fundados.

Hace notar que la gorra que se dice llevaba Aracil no puede ser de éste ya que la medida de su cabeza es el 56 y la gorra es de 54.

El día de autos Aracil estuvo trabajando de electricista, en la casia número 65 de la calle de Borrell, según manifestación del propio dueño de dicha casa.

Como sus compañeros termina pidiendo la libre absolución de su defendido.

La rectificación fiscal

El fiscal, don José Marta Sagnier, rectifica.

Dice que sería su deseo no tener que rectificar nada ya que se hace cargo del enorme cansancio que pesa sobre el tribunal, no sólo por lo avanzado de hora sino por la larga duración de esta vista.

Da las gracias a los defensores por las frases de elogio que a su labor se han dedicado, especialmente al abogado civil señor Vinyals por el buen concepto que le merece la justicia militar.

Contesta al defensor señor Cavestany en lo referente a la interpretación que da al delito de agresión a la fuerza armada.

Hace largas consideraciones para demostrar que el asesinato del somatenista señor Castella es claramente un delito de esta naturaleza.

Cita casos en que mediante un sencillo bando militar se declara fuerza armada a telegrafistas, carteros y aún sencillamente simples ciudadanos encargados accidentalmente de determinados servicios.

El bando publicado por la autoridad militar aquella misma mañana, daba pleno carácter de fuerza armada a los somatenes.

Contesta al defensor de Antonio Devesa. Le dice que ya ha fijado concretamente el crédito que le merecen las confidencias anónimas, aunque no debe olvidarse que muchas de estas confidencias quedaron comprobadas.

Niega que sean recusables las declaraciones del testigo Martí Palau, que ha sido precisamente el declarante de mayor energía y más recio tesón para mantener sus declaraciones.

Añade que las confidencias no están tan desprovistas de fundamento, puesto que el éxito policíaco que significa la detención de Devesa y del «Aristócrata» se deben a ellas.

El defensor de Aracil le dice que, aunque con sus informes han tendido principalmente a desorientar a la acusación fiscal, ésta no puede apartarse de su camino, dejándose seducir por hábiles maniobras. Precisamente Aracil es el más rico en testigos que le reconozcan pruebas que le acusen.

En cuanto a la gorra que llevaba el Aracil entiende que no cabe confusión posible; la llevaba el Aracil aun cuando no sea de su propiedad. Además, es fácil, llevar por unas horas una gorra, aunque ésta no sea de la justa medida.

A las tres de la mañana sigue su rectificación la acusación fiscal.


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