Consejo de
guerra contra los atracadores de la
Caja de Ahorros de Tarrasa
Continúa
la vista
A las
nueve y media se constituye el tribunal, dándose seguidamente entrada al público
al salón de actos de la
Cárcel Celular , en el que se celebra la vista.
Asiste más
gente que a las sesiones de ayer.
La
constitución del tribunal es la misma de las anteriores sesiones.
Los
acusados entran entre una pareja de la guardia civil y toman asiento en el banquillo.
Aparecen muy animados. Su rostro jovial no delata que hayan pasado grandes inquietudes
durante la noche última.
La sesión
comienza leyendo el secretario de causas, sargento don Ricardo Puey Ara, algunas
diligencias del sumario que ofrecen poco interés.
Los
defensores renuncian a otras diligencias que consideran, asimismo, poco interesantes.
Seguidamente
se pasa a interrogar a los procesados.
El
primero que declara es José Leopoldo Martinenc (a) El Aristócrata, al cual se leen
las declaraciones prestadas por él.
Una vez
terminada la lectura, el fiscal, don José María Segnier, le interroga.
Fiscal.—¿El
procesado sabía que estaba penada la tenencia de armas?
Procesado.—Sí.
F.—¿Conocía
a Saleta?
P.—No.
F.—¿Y a
Devesa?
P.—Sí.
F.—Dónde
le conoció?
P.—En
Cartagena y en Barcelona al trabajar el Devesa en la descarga de buques.
F.—¿Conocía
a Molina?
P.—Sí; le
conocía porque era marinero.
F.—¿Y a
Aracil?
P.—No.
F.—-¿Sabe
el procesado quién recomendó al Aracil para que ingresase en la Asociación Humanitaria
Calatrava?
P.—No.
F.—¿Dónde
trabajaba?
P.—Con mi
padre; en el muelle.
Finalmente
le hace el fiscal otras preguntas respecto al atraco, contestando el procesado que
no sabe nada de él y que el día de autos fue a un establecimiento de objetos de
escritorio, propiedad de un señor llamado Cardona, comprando distintos objetos.
Después
son leídas las declaraciones prestadas por Aracil.
A
continuación el fiscal interroga al procesado.
Dice éste
que no conocía al «Aristócrata», y sí al Saleta desde el año 1920, suponiendo que
si éste lo señaló como autor del atraco fué por antipatía personal. Añade que
no conocía al Devesa y justifica su uso de nombre supuesto para no dar a su
padre un disgusto si era detenido, ya que así lo temía, dadas sus ideas
sindicalistas.
Como el
anterior, dice no saber nada del atraco a la Caja de Ahorros de Tarrasa.
Después
declara Antonio Devesa.
Como en
el sumario constan varias declaraciones suyas, todas ellas contradictorias, el
fiscal le pregunta si se ratifica en dichas declaraciones.
Procesado.—En
la última que hice.
Fiscal.—¿Recuerda
que dijo también en unas declaraciones que intentó asistir al juicio sumarísimo
contra Saleta y Pascual Aguirre, no pudiendo realizar su propósito por no tener
cédula?
P.—No; yo
no quise asistir al juicio.
F.—¿Qué
hizo usted el día de autos,
P.—Precisamente
a la hora en que ocurrió el atraco yo estaba en Barcelona, y buena prueba da
ello es que presenció el atropello de un carro por un camión en el paseo de Colón,
que estuve también en el muelle viendo cómo desembarcaba el pasaje del
trasatlántico «Victoria Eugenia» y que tuve ocasión de hablar con una mujer
conocida mía llamada María del Riu que venía de la playa con un niño, hijo
suyo. Todo consta en el sumario, .declarado por mí.
F.—¿Quiere
usted decirme qué daños sufrió el caballo que arrastraba el carro al ser atropellado
por el camión?
P.—El
caballo resultó muerto. Además, una rueda del camión le arrancó el casco de la pata
izquierda.
F.—¿Puede
el procesado precisar en qué lugar se encontró con su conocida María de Riu.
P.—Sí. En
el comienzo de la Rambla ,
frente al Juzgado militar y al Banco de España.
F.—Cuando
salió usted de Tarrasa días antes del hecho, para venir a Barcelona, ¿cuánto
dinero traía?
P.—Tres o
cuatro duros.
F.—Y,
¿cuánto tiempo estuvo en Barcelona?
P.—Diez o
doce días.
F.—¿Es
verdad que usted durmió una noche en casa de José Leopoldo Martínez?
P.—No. Es
decir, sí; estuve
F.—¿No
durmió entonces? ¿Lo pasó en vela?
El procesado
calla con visible turbación.
Desfile
de testigos
El primer
testigo que comparece ante el Tribunal es don Pedro Casas Abarca.
Se
ratifica en las declaraciones hechas en el sumario.
Los
hermanos Aracil trabajaron en su casa y les pagó varias cuentas.
Sabía que
los hermanos Aracil estaban sin trabajo y llamó para hacer una reparación a uno
de ellos, que era electricista.
No tuvo
con ellos gran relación porque fue su administrador quien les dio
instrucciones.
Se
retira.
El
testigo Plácido Serras es renunciado.
Habla
después José Cordas, que es uno de los testigos que en sus primeras declaraciones
han acumulado más cargos contra el Aracil, incurre en contradicciones, dando origen
la petición fiscal a que se lean las declaraciones que hizo, a que se entable
un vivo diálogo entre el fiscal y los defensores.
Leídas
las declaraciones, en las cuales se acusa a Aracil de haber tomado parte en el atraco,
el testigo explica algunas coacciones de que fue objeto para que no declarase contra
el Aracil.
El testigo,
que vive en la misma casa de Aracil y trabaja en Tarrasa, muy cerca de la Caja de Ahorros, dice que
momentos antes del atraco vio al Aracil pasearse por la acera del edificio de la Caja.
Don
Santiago Cardona, testigo de las defensas, declara.
El capitán
don Restituto González Fraile, defensor de José Leopoldo, le pregunta si recuerda
lo que declaró en el sumario.
Contesta
que sí y se lee su declaración.
Según
ésta, «El Aristócrata el día del asalto a la Caja de Tarrasa estuvo en su establecimiento para
hacer compras.
A todas
las preguntas de la defensa, de la presidencia, del fiscal y de un vocal
contesta el señor Cardona que el día 20 de septiembre estuvo José Leopoldo
Martínez en su casa.
Lo sabe
con exactitud, porque como compraba a crédito fue inscrita la nota de compras en
los libros de la casa.
El hijo
del anterior, don Ernesto Cardona, afirma también que José Leopoldo Martínez estuvo
en su casa el día 20 de septiembre a cambiar un secante.
No
recuerda si se le cambiaron unos libros rayados.
El fiscal
le pregunta si no sería el hermano del procesado.
Contesta
que no, que era el mismo Leopoldo.
Después
comparece el capitán de la guardia civil a quien Saleta hizo sus últimas declaraciones en
ocasión que estaba en capilla. Se llama éste don Félix Gabarri.
Dijo
Saleta que fuera del edificio de la
Caja , quedaron el chófer, el Aguirre y un individuo conocido
por «Pepín», el cual lleva dientes de oro en la boca, añadiendo que no puede
precisar quién de estos dos últimos hizo el disparo contra el somatenista,
matándole.
También
dice que entraron en el edificio seis individuos.
A
preguntas del fiscal y los defensores, el capitán declarante dice que a él le
pareció que Saleta, en sus últimas manifestaciones, dijo verdad, pues casi
todos los extremos de sus declaraciones fueron comprobados más tarde.
Reanudada
ésta, comparece el teniente coronel señor Díaz Seres, quien se expresa en forma
parecida a como lo ha hecho el capitán Gabarri.
Añade
que, según dijo Saleta, «Pepín», en el asalto a la Banca Padró de
Manresa, no pudo poner en marcha el auto que utilizaron para el atraco.
Añade que
Saleta no dio nombre alguno, señalando a sus compañeros por sus apodos.
Declara,
María de Riu.
Dice que
tenía amistad con Antonio Devesa, a quien conoció hace nueve años.
María
dice que está detenida en la cárcel y que no sabe por qué, pues fueron a
practicar un registro cuando ella no estaba en su casa.
Lee el
fiscal la relación de las armas, bombas, dinamita, mecha, etc. halladas en su casa
de la calle del Priorato, 21, primero, primera, y le pregunta a la testigo si
en su casa había todo eso.
María
contesta que no sabía nada.
Fiscal.—¿El
día de autos vió usted a Devesa?
Testigo.—Sí.
En el paseo de Colón, donde estaba esperando el tranvía 57 para ir a Sans.
F.—Pues
el procesado ha dicho que la vio en la Rambla , frente al Banco de España.
La
testigo (con turbación).—Es posible. No lo recuerdo bien.
Desfilan
después otros testigos que no hacen manifestaciones de interés.
Declara
don Manuel Palet, empleado de la Caja
de Ahorros atracada.
Afirma
que vio parar ante su ventanilla un sujeto, que es el único que ha reconocido en
fotografía, que resultó ser José Aracil.
Al entrar
vio en la puerta a cinco individuos, que no le infundieron sospechas.
Como
después fué sorprendido y amenazado ya no vio más.
Su
hermano, José Palet, dice que en rueda de presos no pudo reconocer más que a uno
de los procesados y aun no con certidumbre.
Añade que
uno de los que entraron en la caja hablaba el catalán correctamente.
Después
de ser desvalijada la caja, vió a ocho individuos que salían a la calle.
Se acerca
a la presidencia y sobre el plano da explicaciones.
Se leen
actas de los reconocimientos en rueda de presos practicados en el sumario en
los que reconoció al «Aristócrata» como a uno de los asaltantes.
Declara
Cordiano Menacho, afirmando que el testigo Ramón Serra, que acusa a la procesada
Joaquina Almirall, tiene perturbadas sus facultades mentales.
Se lee
una certificación del doctor Castro que corrobora lo que dice el testigo.
En vista
de ello, el abogado señor Vinyals renuncia al resto de la prueba.
Comparecen
luego Francisco Ribera, Jerónimo Prat y Dolores Miret, cuyas declaraciones no
son de gran interés.
A
continuación declara José Vilarrubí, que resultó herido de un balazo con motivo
del asalto. Aun tiene alojada la bala en el pecho.
Estaba
dentro de su casa y al oír los disparos salió a la calle, viendo a varios desconocidos.
Se
imaginó en seguida que hablan saqueado la Caja de Ahorros y quiso perseguir a los ladrones.
Dio voces
de auxilio y le dispararon dos tiros, hiriéndole.
A Juan
Martín Palau, su vecino, que quiso auxiliarle, también le dispararon los
atracadores y tuvo que refugiarse en una sastrería.
En el
automóvil sólo vio a tres individuos.
Comparecieron
los testigos Miguel Cunill y Antonio Reyes. Este dice que el chófer que guiaba
el auto también disparaba.
El fiscal
y las defensas renuncian a las declaraciones de Julio Vidal Franco, Felipe Burebar
y Francisco Masanés.
El juez
dice que no han comparecido, como otros testigos, entre ellos Pedro Domingo, Jerónimo
Casanoves y J. Solé Casasayas, que fue citado en forma.
Las
defensas piden que se les exijan responsabilidades.
A la una y media se suspende la vista para continuarla a las cuatro de la
tarde.
Unas
parejas de la guardia civil salieron para Tarrasa a fin de interesar nuevamente
la presencia de algunos testigos.
Sesión de la tarde
A las
cuatro de la tarde, se constituye nuevamente el consejo de guerra.
Asiste
mucho más público que por la mañana.
Comparecen
en primer lugar los reclusos José Espuny y March, Pedro F. García, Joaquín Boíx,
Joaquín Blanco Martínez y Salvador Parramón, cuyas declaraciones no revisten gran
interés, por lo que el fiscal y las defensas renuncian a, interrogarles,
excepción del Parramón, quien se llama amigo de los procesados Devesa y
Leopoldo Martínez.
El fiscal
pide que se lea una carta del Parramón, quien en la misma declara que se vió amenazado
de muerte por el «Nano» y Molina, por no haber querido tomar parte el declarante
en un proyectado atraco al habilitado de Marina.
Preguntado
por el defensor del Leopoldo, el testigo dice que no cree capaz al procesado para
tomar parte en atracos u otros hechos delictivos.
Comparece
el testigo Juan Martí Palau, de oficio tartanero, el cual el día de autos
estaba frente a la Caja
de Ahorros de Tarrasa, esperando al doctor Oller, que visitaba a un enfermo
domiciliado en una casa de las inmediaciones del lugar donde se concibió el atraco
y por lo tanto, es un testigo presencial del suceso.
El fiscal
pide que se lean, y así se hace, las declaraciones hechas por el Martí, las
diligencias de reconocimiento en rueda de presos. De la lectura de dichas
diligencias sumariales, se desprende el reconocimiento del procesado Devesa,
como uno que con pistola en mano asaltaron la Caja de Ahorros de Tarrasa. A preguntas del
fiscal señor Sagnier, explica el testigo la naturaleza de la dolencia que sufre
en la cabeza, afirmando que en el día de autos se hallaba en estado excelente.
Relata,
ante la pizarra su situación frente a la Caja de Ahorros el día de autos, que le permitió
observar detenidamente a varios de los autores del asalto.
El
declarante reconoce las gorras que están encima de la mesa del tribunal y
preguntado por el fiscal si reconocía entre los del banquillo al Devesa, sin
vacilar señala el testigo al procesado, que ocupa el segundo lugar de la
derecha del banquillo de los acusados, resultando ser el propio Devesa.
(Se
produce entre el público gran sensación.)
El
capitán defensor del Devesa interroga al testigo Juan Martí, haciendo notar que
éste ha incurrido en varias contradicciones en las diversas declaraciones sumariales,
pues en unas dice haber visto salir de la Caja de Ahorros a cinco individuos, en otras
cuatro y en otras tres.
Con este
motivo se promueve un vivo incidente entre el fiscal y las defensas al formular
el defensor del Devesa diversas consideraciones acerca de la gorra que se halla
sobre la mesa presidencial.
Informa
después un perito armero, el cual dice que reconoció dos pistolas, por mandato judicial,
una de ellas sumamente deteriorada, aunque podía disparar.
Se da por
terminada la prueba y el presidente autoriza al fiscal don José María Sagnier para
leer su informe.
Comienza
recordando el estado anárquico en que se encontraba la vida social española por
los días en que ocurrió el hecho de autos.
Entonces
ocurrió un hecho político que determinó la reacción ciudadana, el anhelo de
liberación de las ciudadanos que deseaban terminar con la organización
terrorista que les oprimía y deshonraba.
Habla de
la existencia de una banda de pistoleros que capitaneaba el Saleta y de la que era
lugarteniente el «Aristócrata».
Había
también un nuevo elemento casi desconocido, que vivía en Tarrasa: Antonio
Devesa.
Habla de
algunas audacias del «Aristócrata», de las cuales salió airoso varias veces que
fué detenido por la policía gracias al carnet de la Sociedad Humanitaria
Calatrava que llevaba siempre consigo.
El truco
daba tan buen resultado que Aracil se afilió a la misma humanitaria entidad.
Se refiere
también a las confidencias que obran en el sumario. Justifica que estas confidencias
sean anónimas, pues la gente amedrentada, por el terrorismo, no se atreve a declarar
su nombre.
Dice que
José Aracil ha intervenido en el tiroteo de la calle de San Ramón, en el
asesinato de un obrero de «La
Publicidad » en el asalto a la Caja de Ahorros de Badalona y de la casa de Banca
Padrós; de Manresa. Antonio Devesa, según el fiscal, era desconocido de los
individuos de la banda, excepto del Aristócrata. Por esto el Paleta no lo acusó
por su nombre, aunque habló de un «Antonio el de Tarrasa», del que dijo, que
era rubio, bajo y delgado.
Del «Aristócrata» dice que no ha podido justificar dónde pasó el
día de autos pues si bien ahora hay un comerciante el cual declara que el tal
verificó compras en su casa, no puede creerse en estas manifestaciones que no
se hicieron en las primeras declaraciones del declarante sino ahora, en el mes
de mayo, ocho meses después del suceso. El hecho no pasa de ser una inhábil
coartada en la que no puede creerse.
Dice
también que Devesa ha mentido al decir me
estuvo el día de autos viendo desembarcar al pasaje del «Reina
Victoria», pues el trasatlántico que llegó aquel día fue el «Infanta Isabel».
En cuanto al accidente que ha dicho presenció también se deja descubrir la
burda añagaza, puesto que ha dicho que el camión le arrancó al caballo
atropellado un casco de las patas traseras, siendo así que era de las
delanteras.
Se
refiere después al hecho objeto del sumario deduce que los procesados, si bien iban
a robar estaban dispuestos a matar para conseguir su propósito, y esto hace que
del asesinato cometido sean responsables todos ya que el propósito homicida era
común.
Entiende,
por consiguiente, que los hechos relatados son constitutivos de los delitos de robo,
homicidio y agresión a la fuerza armada en la persona de un somatenista.
La petición de pena
El fiscal
se pone en pie para leer la petición de penas
Todo el
tribunal le imita, siguiendo el público, que también se pone en pie.
El
momento es de una honda emoción.
En el
momento de formular la gravísima petición el señor Sagnier se emociona
visiblemente. Pero con voz firme y decidida lee:
«Y
termino, en nombre de S. M. el Rey (que D. g.), pidiendo al Consejo, por ser de
justicia, que condene a los tres procesados José Aracil Cortés (a) «Pepín o
Nano de las Rosquillas», Leopoldo Martínez Puig (a) «Aristócrata», y Antonio
Devesa Bayona, a la pena de muerte, con la accesoria, en caso de indulto, de
inhabilitación absoluta perpetua y que se les condene en concepto de
responsabilidad civil, con carácter solidario y subsidiario, al pago de los
herederos del señor Castella de 1.500 pesetas, y a la Caja de Ahorros de Tarrasa
6.587’35 pesetas a que asciende lo robado, y 729 que satisfizo por gastos de
curación del señor Vilarrubia. En caso de haber lugar a ello le será de abono
la mitad de la prisión preventiva el primer año y el resto del exceso.
También
pido la libre absolución a favor de Domingo Solá Tresserras y Joaquina Almirall
Poch por falta de pruebas.
Todo con
arreglo a los artículos 18, 49, 53, 65 y 81 del Código Penal, ley de 17 de
enero de 1901, y demás de general aplicación.
Terminada
la lectura, el tribunal y el público se sientan y el presidente levanta la vista
por quince minutos.
Se reanuda la vista
Transcurridos
los quince minutos de descanso se reanuda la vista.
Comienza
leyendo su informe el abogado don Álvaro Vinyals, el cual se congratula de que
el fiscal haya retirado la acusación contra su patrocinada Joaquina Almirall.
Quiere,
sin embargo, despojar toda duda de delincuencia que pueda pesar sobre la honra y buena fama de su defendida, lo que
consigue brillantemente en su notable informe. Termina pidiendo, de acuerdo con
la petición fiscal, la libre absolución de Joaquina Almirall.
Lee
después su informe el defensor de Domingo Solá, capitán don Guillermo
Cavestany, quien rebate la calificación fiscal por estimarla equivocada.
Dice que
para que las agresiones contra individuos del somatén se consideren como
delitos contra la fuerza armada, según previene el bando dictado a raíz de
declararse el Estado de guerra, es preciso que estos ostenten distintivo o se
hayan dado a conocer como tales somatenes.
El
asesinato del señor Castella no puede considerarse por tanto como un delito
contra
la fuerza
armada.
Después
se extiende en consideraciones para demostrar que el proceso está basado sobre
indicios y declaraciones que no ofrecen todas las garantías debidas.
Termina
lamentando que se hayan unido al proceso unas declaraciones anónimas, sin avalar
por ningún nombre solvente, sometiendo de este modo a la deliberación de seis caballeros
las falsas declaraciones de algunos individuos cuya condición moral puede deducirse
por el carácter clandestino de sus informes.
A las
nueve y media se vuelve a suspender la vista hasta las once de la noche.
Se reanuda la sesión
A las
diez y media de la noche se constituye nuevamente el tribunal.
El
público que asiste es mucho más numeroso que en las anteriores sesiones de la
vista. Se ven muchos obreros y bastantes mujeres.
El
defensor de Antonio Devesa, capitán del regimiento de Numancia, don Manuel
Gutiérrez de la Higuera ,
lee su informe.
Hace
notar que las pruebas que concurren contra su defendido, pues la fragilidad de
estas pruebas contrasta con la robustez de las que aportan su patrocinado para
demostrar que toda la mañana del día de autos la pasó en Barcelona.
Dice que
las manifestaciones del testigo Juan Martí Palau, único que acusa concretamente
a Antonio Devesa, no ofrecen garantía alguna de veracidad, pues este testigo,
que dice padecer de un modo intermitente determinada enfermedad cerebral, ha
incurrido en grandes contradicciones, a más de que en algunos momentos ha dado,
pruebas de una gran flaqueza de memoria, hasta el extremo de que en la primera
declaración presentada dijo, que vio salir tres individuos de la Caja de Ahorros, en la
segunda declaración dijo que eran cuatro y en la tercera cinco.
Termina
solicitando la libre absolución de su procesado, pues no existe ninguna prueba consistente
que acuse a su patrocinado.
El
defensor de José Leopoldo Martínez (a, Aristócrata, capitán don Restituto
González Fraile, informa.
Entiende
que no puede darse crédito a las acusaciones que se hacen contra su defendido porque
casi todas ellas son de procedencia anónima.
Las que
no son de este carácter son contradictorias y esto es aún menos digno de crédito.
El
testigo Parramón, hombre de la más abyecto condición moral, ha acusado al «Aristócrata»
por deseo de venganza y de rencilla personal. Además Parramón está procesado y
preso, y a hombres en estas condiciones no se le puede ofrecer un crédito de
confianza.
Hay,
además, un detalle de importancia que favorece a su defendido. Existen dos pistolas
cuya propiedad se atribuye a Martínez. Y estas pistolas están, según informe
pericial, oxidadas y seguramente no habían sido disparadas desde hacía mucho
tiempo.
Reconoce
que Martínez era un muchacho libertino, que cometió indudables ligerezas y aún
que cometió algunos hechos punibles, como la venta de cocaína, pero que en modo
alguno, por su educación y su temperamento, pudo llegar nunca a ser un ladrón y
un asesino.
Cree que
el fiscal extrema su rigor pidiendo la pena de muerte para los tres procesados.
«La vida
de un hombre, dice, merece que se hile muy delgado, que se ande con tacto
exquisito para no cometer un error irreparable y funesto.»
Un error
de perceptiva, de apreciación, puede echar sobre nuestra conciencia un peso doloroso.
Recordar que los rieles del tranvía son paralelos, pero a cierta distancia parecen
convergentes.
Refuta
también las declaraciones del testigo José Palet, por entender que el temor lo había
alucinado y le hizo decir cosas que no había visto.
Asimismo
va refutando el supuesto de que el «Aristócrata» esté complicado en otros atracos
y que «El Aristocrático», a quien acusó el Paleta, sea el Martínez a quien
nadie, aparte los anónimos comunicantes, llaman por el supuesto apodo de
«Aristócrata».
Dice que
mucho más confianza que las pruebas acusatorias merece el testimonio del
honorable comerciante señor Cardona, que ha declarado que Leopoldo Martínez
hizo varias compras en su casa el día de autos.
Excita al
tribunal a que no se deje persuadir por pruebas indicatorias, que han sido siempre
las que han dado motivo a los mayores errores judiciales.
Termina
solicitando la libre absolución del procesado.
El
capitón don Antonio Jiménez Jiménez, defensor de José Aracil Cortés, da lectura
a su informe.
Dice que
no existe, en todo el voluminoso legajo del proceso, ninguna prueba convincente
que acuse a Aracil.
No se
puede tomar en consideración, a no ser que se padezca una momentánea ceguera moral,
al acto vengativo y repugnante de un hombre que fue ruin en la vida y siguió siéndolo
hasta el momento de la muerte. José Saleta, al acusar concretamente a José
Aracil como a uno de los autores sólo lo hizo para satisfacer bajos instintos de
venganza porque éste no había querido nunca secundar sus criminales propósitos.
Insiste en
la falta de pruebas. A su juicio la prueba testifical es insuficiente, la
prueba indiciaria es vergonzante y mezquina.
Los
antecedentes de su vida privada tampoco le acusan.
A la banda
del Saleta no pertenecía Aracil. En diversas ocasiones los individuos de esta banda
fueron perseguidos por la policía, y aun detenidos, pero nunca se sabe que
figurara entre ellos Aracil.
Sus
únicos antecedentes son que era sindicalista.
Niega que
Aracil trabajara de chofer hace diez años en el garaje que tenía el padre del
«Aristócrata»,
pues Aracil tiene ahora 21 años y no es posible que cuando tenía 11 años estuviera
empleado como chofer.
Recuerda
que en una ocasión el Saleta y Aracil riñeron en la calle y entonces Saleta juró
vengarse.
Reputa
falsas las acusaciones de José Cardas, individuo de cuyo testimonio debe
dudarse por ser hombre de dudosa conducta moral que actualmente se halla
procesado. Además este individuo ha pertenecido sucesivamente al Sindicato
único y al Sindicato libre, volviendo nuevamente al Sindicato único, lo que
hizo que se aumentaran las diferencias que existían entre Aracil y el testigo.
Así
resulta que los que son testigos de cargo, favorecen con sus acusaciones al
procesado puesto que se demuestra que sólo lo hacen por bajas pasiones de índole
personal.
Sigue
rebatiendo loa argumentos de la acusación fiscal que estima capciosos y poco
fundados.
Hace
notar que la gorra que se dice llevaba Aracil no puede ser de éste ya que la medida
de su cabeza es el 56 y la gorra es de 54.
El día de
autos Aracil estuvo trabajando de electricista, en la casia número 65 de la
calle de Borrell, según manifestación del propio dueño de dicha casa.
Como sus
compañeros termina pidiendo la libre absolución de su defendido.
La rectificación fiscal
El
fiscal, don José Marta Sagnier, rectifica.
Dice que
sería su deseo no tener que rectificar nada ya que se hace cargo del enorme cansancio
que pesa sobre el tribunal, no sólo por lo avanzado de hora sino por la larga
duración de esta vista.
Da las
gracias a los defensores por las frases de elogio que a su labor se han
dedicado, especialmente al abogado civil señor Vinyals por el buen concepto que
le merece la justicia militar.
Contesta
al defensor señor Cavestany en lo referente a la interpretación que da al delito
de agresión a la fuerza armada.
Hace
largas consideraciones para demostrar que el asesinato del somatenista señor
Castella es claramente un delito de esta naturaleza.
Cita
casos en que mediante un sencillo bando militar se declara fuerza armada a
telegrafistas, carteros y aún sencillamente simples ciudadanos encargados
accidentalmente de determinados servicios.
El bando
publicado por la autoridad militar aquella misma mañana, daba pleno carácter de
fuerza armada a los somatenes.
Contesta
al defensor de Antonio Devesa. Le dice que ya ha fijado concretamente el
crédito que le merecen las confidencias anónimas, aunque no debe olvidarse que
muchas de estas confidencias quedaron comprobadas.
Niega que
sean recusables las declaraciones del testigo Martí Palau, que ha sido precisamente
el declarante de mayor energía y más recio tesón para mantener sus
declaraciones.
Añade que
las confidencias no están tan desprovistas de fundamento, puesto que el éxito
policíaco que significa la detención de Devesa y del «Aristócrata» se deben a
ellas.
El
defensor de Aracil le dice que, aunque con sus informes han tendido
principalmente a desorientar a la acusación fiscal, ésta no puede apartarse de su
camino, dejándose seducir por hábiles maniobras. Precisamente Aracil es el más
rico en testigos que le reconozcan pruebas que le acusen.
En cuanto
a la gorra que llevaba el Aracil entiende que no cabe confusión posible; la
llevaba el Aracil aun cuando no sea de su propiedad. Además, es fácil, llevar
por unas horas una gorra, aunque ésta no sea de la justa medida.
A las
tres de la mañana sigue su rectificación la acusación fiscal.
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