domingo, 13 de agosto de 2017

La Tierra (Madrid). 29/1/1934, página 4

Transformación externa

Pero la realidad destroza prontamente las fantasías de la imaginación. El senyor Esteve ha evolucionado mucho en su aspecto externo. Ni gusta ya de las calles retorcidas del barrio antiguo ni de las tiendecillas de aspecto sombrío. Vive ahora en un hotelito alegre y soleado de la parte alta de la ciudad, en San Gervasio, Sarriá o la Bonanova. Dejó la tiendecilla que sus mayores guardaran para él, y huyó de la incomodidad de las casonas que conservan polvo de todos los siglos idos. Los beneficios de la guerra, la gran tormenta del 14. haciendo entrar a montones el dinero en su casa, le sacó de su vieja callejuela, je empujó por rutas distintas, le obligó a gustar el placer de ganar en veinticuatro horas lo que a sus padres les costó ahorrar, día tras día., durante veinticinco años. Se organizó en grande, vendió al por mayor, estableció una fábrica en Badalona o Sabadell, Tarrasa o Sans; entró por vez primera en la Bolsa y conoció la emoción de las cotizaciones, que una mano misteriosa empuja arriba o abajo. Y olvidando un tanto las costumbres tradicionales supo del placer en brazos de alguna menor, no ya como antaño, un poco a escondidas, de prisa y corriendo en pleno Paralelo, sino en las ciudades de placer de la Ríviera francesa..
.
Pero si todo ha cambiado en él externamente; si abandonó sus viejos barrios para ganar los hoteles elegantes de las vertientes del Tibidabo: si dejó su comercio modesto para montar una fábrica con “els seus diners” de sus antepasados, no por ello ha variado su espíritu, su manera de pensar y sentir. Sigue su cerebro herméticamente cerrado a las corrientes modernas, a las ideas de justicia social, a los anhelos de un proletariado hambriento y oprimido. Continúa creyendo que su fábrica le pertenece por entero, que los trabajadores son piezas de la maquinaria sin derechos de ninguna clase, que puede hacer con ellos—como con las gigantescos telares mecánicos —lo que le venga en gana; ponerlos en marcha o pararlos, hacerlos trabajar durante veinte horas diarias o desmontarlos y tirarles a un rincón como piezas inservibles. Ni alcanza a comprender ni quiere admitir que los obreros tengan voluntad propia, espíritu de justicia y anhelos de lucha. El burgués catalán—cien veces más seco, más duro, más brutal que los mismos terratenientes andaluces—no reconoce el proletariado ningún derecho. Si acaso, el de morirse de hambre cuando él ya no lo necesite, después de haberlo explotado durante cuarenta años...


No hay comentarios: