sábado, 13 de enero de 2018

El Siglo futuro. 24/7/1934, n.º 8.273, página 3.

Los tradicionalistas catalanes en los actos del 15

(Notas de un viajero)

Éramos cinco, cinco requetés de Tarrasa, José María Cunill, nuestro jefe; Juan Cotó, el «segundo de a bordo», y los tres soldados de filas Evaristo Ros, José Homs y yo.

Salimos el día 13, viernes, a las dos de la tarde, en el «auto» del jefe, que él mismo pilotaba; hacía calor, pero un calor mayor bullía en nuestros corazones, que latían apresurados... ¡íbamos a Potes!, hacía la lejana montaña santanderina, hacia las peñas heroicas, donde un día lejano y glorioso brotara la Reconquista, si no allí mismo, en la misma gigante cordillera altiva. Como un sueño se abría ante el radiador de nuestro coche el ángulo de las carreteras rectas o trepábamos trepidantes hacia las cumbres. Pasamos por Lérida, Zaragoza la heroica, Villadiego, Cervera del Pisuerga y ya empezamos el escalo de la enorme mole rocosa. Eran las seis de la mañana del domingo y nos separaban de nuestra Tarrasa, la vieja Egara, más de 850 kilómetros.

El viaje fue bueno; bueno, excepto los reventones que a menudo sufrimos. ¿Pero qué era esto junto a nuestra alegría? Desde Burgos ya vestíamos el traje de montaña, y al salir de Cervera del Pisuerga las rojas boinas nos cubrían las cabezas. A pocos kilómetros pasamos a tres enormes autocares de Reinosa llenos de requetés y «margaritas», hermosa alegoría de boinas blancas y rojas, entre cuya alegría destacaban severas las negras sotanas de algunos sacerdotes.

Me es imposible narrar el panorama, único, indescriptible, de esos bellísimos Pirineos cantábricos, de vegetación lujuriante y verde, de espesísimos bosques, y, al fondo, telón sublime, los erguidos picachos nevados de los Picos de Europa.

Al subir vimos el nacimiento del Pisuerga, pasada Peñalabre, el origen del Deva, y no lejos el Ebro empezaba a arrastrarse para besar al Mediterráneo.

Al cruzar el puerto estábamos a 1.400 metros de altitud.

Después de una rápida bajada, de unos 15 kilómetros, entre tupidos bosques, pasando por pueblecillos minúsculos y blancos, cuyos curas, a grupa de sus caballejos montañeses, que tanto recuerdan a los de la estepa rusa, iban a Potes. ¡Vivíamos en pleno carlismo; hasta las rocas y los árboles parecía que saludaban a nuestras boinas rojas!

Potes, cabeza de su partido judicial, pequeñito, con sus casas de piedra de estilo montañés. Un hermoso Círculo Tradicionalista, y una Casa del Pueblo, que no tiene más de siete socialistas y aún sobran, y parece una cabaña de pastor. Al entrar en Potes nos esperaba un destacamento de boinas rojas, del que subieron dos o tres a los estribos de nuestro coche y nos guiaron a la plaza de la Iglesia, henchida ya de requetés, con sus camisas caqui.

Una salva de estruendosos cohetes acogió nuestra llegada, y brotó un vítor de salutación. ¡Viva Cataluña española! Nos desayunamos, y desplegamos nuestro banderín con los colores Pontificios, amarillo y blanco, campeando en su centro, como un lábaro de victoria, la imagen del Sagrado Corazón, y en el reverso la querida y simbólica flor de lis.

Tres kilómetros de marcha entre compacta muchedumbre, que marchaba a pie y saludaba nuestro banderín; tras de nosotros seguían automóviles entre el zumbido de sus motores y la algarabía de las bocinas.

Ya llegábamos al Monasterio de Santo Toribio, de Liébana, que guarda el preciado tesoro del mayor fragmento del Lignum Crucis que se guarda en templo alguno.

Eran las diez y cuarto; aún faltaba más de una hora, que invertimos en pasear y sacar fotografías, hasta que el grito de un clarín nos llamó a la formación y desfilamos, colocándonos ante el altar donde un Abad mitrado de la Trapa celebró el Santo Sacrificio de la Misa; aún iban llegando requetés, que se incorporaban a las filas.

Acabó la Misa y las autoridades nos pasaron revista; al frente de todos el ídolo, el hombre que electriza con su palabra y su gesto: Fal Conde, al que saludábamos fieramente erguidos; tras él Arellano, Lamamié de Clairac, Zamanillo y María Rosa U. Pastor, gentilmente tocada con su boina roja, y nuestro diputado catalán Casimiro de Sangenís, entusiasta y jovial, que nos saludó con cariño.

El desfile. Como tropas veteranas desfilábamos ante ellos... El aire resonaba con el redoble de cornetas y tambores del Requeté de Santander, los que en el momento augusto de alzar a Dios tocaron «Oriamendi».

Formábamos en otra explanada... Pal Conde, subido en una roca, hablaba...; pero hablaba como habla un jefe, con oratoria vibrante y enardecedora, con esos entusiasmos carlistas que sabe prender en los corazones como flechas de fuego...

Siguió el desfile por la pendiente zigzagueante; mil requetés de uniforme marchaban entre la polvareda de sus pasos, cantando himnos carlistas...; resonaban las voces de los de Baracaldo, con sus rudas sílabas, enérgicas como gritos de guerra; se cantaban la marcha de Oriamendi y las viejas canciones que tienen el poder de hacer que se humedezcan los ojos de los veteranos. Al llegar a la primera casa de Potes se rompió la formación y en pelotones entramos en él.

Se celebró el banquete oficial, al que asistió nuestro jefe, mientras nosotros comíamos en un hotel; después de comer, paseos, cantos, y a las cuatro de la tarde el mitin al aire libre, en un campo cercano; mitin que no describo, porque harto mejor que yo lo han hecho nuestros periódicos.

¡Todo se había acabado ya! Los últimos abrazos, los últimos vítores, y.… en marcha hacia Laredo, a dormir; ¡que a fe que lo hicimos bien!

El coche tragaba de nuevo, kilómetros. Castro Urdiales, Portugalete..., ya entrábamos en la España convulsa y revolucionaria; en un pueblecito ondeaba una bandera roja, y cerca una iglesia incendiada, destruida por alguna horda salvaje... Atrás quedaba la Montaña, la España tradicional.

Bilbao, Pamplona, Tudela. Allí nos acogieron los correligionarios como a hermanos que somos, lo mismo que nos acogieron a la ida en Zaragoza.

Llegamos a Tarrasa el martes, a las ocho y media de la noche, a punto de empezar la clase de Sociología que nos da el amigo Llanas de Niubó cada martes, ¡pero para clases estaban mis huesos!

Potes es un recuerdo más, pero un inolvidable recuerdo que será jalón en nuestra vida... Desde nuestra tierra catalana saludamos agradecidos a los hermanos todos que nos acogieron con cariñoso abrazo al grito de ¡Viva Cataluña española! A los que nos obsequiaron en las lejanas ciudades, y recordando a Fal Conde, nos parece verle ante nosotros, con su rostro moreno y enérgico, bajo el vuelo de roja boina, y sentimos el deseo de cuadrarnos ante él, la diestra en la sien, como en el desfile de Potes al redoblar los tambores.

JOAQUÍN MARÍA FERRER

Del Requeté de Tarrasa


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