miércoles, 15 de noviembre de 2017

Mundo gráfico. 23/5/1934, página 4.

MUCHAS instituciones que viven y medran, y alcanzan vida fecunda y se coronan de gloria y realizan una obra educativa que perdura, suelen ser en el fondo, única y exclusivamente, el esfuerzo titánico de un hombre que tiene el entusiasmo y el espíritu de sacrificio necesario para consagrar su vida por entero a una idea determinada. Así, el Instituto Catalán de Rítmica y Plástica es el esfuerzo prodigioso, admirable, extraordinario, del maestro Juan Llongueres. En él empieza, por él vive, y gracias a su labor magistral esta institución no sólo ha llegado a ser una de las muestras más brillantes del florecimiento de la Pedagogía en Cataluña, sino que tiene asegurada su vitalidad a través de generaciones. Estos hombres llenos de fe y de voluntad, que consagran su talento y sus energías a una obra noble y elevada, y que saben triunfar de la incomprensión y la indiferencia de las gentes, logrando, al cabo de esfuerzos inauditos, que la incomprensión se convierta en interés y la indiferencia en apoyo, merecen simpatía y aliento. Con este ánimo he visitado al maestro Llongueres en la sala del Palau de la Música Catalana, que sirve de aula al Instituto Catalán de Rítmica y Plástica. El maestro está sentado al piano, y una cincuentena de alumnos—que van desde los cuatro años hasta los quince—está distribuida en línea sinuosa, que oscila y cambia cada vez que el piano lo indica o la voz de Llongueres lo determina. El conjunto maravilla por una rara especie de disciplina. Todos obedecen, sin que haya una voz de mando autoritaria. En ningún momento se pierde la sensación alegre y clara de los juegos infantiles.

La evolución tiene un ritmo justo y preciso, y cuando alguien no comprende la razón que determina el movimiento, el maestro destaca al alumno, y amablemente, con ejemplos sencillos, con metáforas ingenuas que impresionan su imaginación, le explica el sentido de lo que antes no había comprendido. Así obtiene Llongueres resultados maravillosos. Y así logra en tiernos niños un delicado sentido del ritmo, de la plasticidad, del sentimiento musical, de la armonía.

El maestro Llongueres, allá por el Año 1904, era el director de la Escuela Coral del Orfeón de Tarrasa. Y en su espíritu selecto era una preocupación fundamental la educación de los niños. Cayó entonces en sus manos un libro de canciones infantiles de Jaques. Dalcroze. el pedagogo suizo, y de tal manera le impresionó, que hubo de escribirle una carta explicándole la impresión que le había producido. Jaques Dalcroze le invitó a asistir al curso veraniego que celebraba en el Conservatorio de Ginebra, y Llongueres se impregnó de la esencia educativa de que están saturadas las teorías del maestro.

Dos años después volvió para renovar las enseñanzas, que ya estaba difundiendo en Barcelona. Y en 1911, la Junta de Ampliación de Estudios le envió a Hederau, ciudad-jardín de Dresde, donde pasó un curso, para ingresar en el cual hace falta aprobar en unos rigurosos exámenes de ingreso. Su idea fue, no la de aplicar estas enseñanzas aquí, sino la de adaptarlas convenientemente. Y poco después, Jaques Dalcroze, en un viaje que hizo a Barcelona, tuvo para su discípulo calurosos elogios por la maestría con que practicaba sus teorías, y, sobre todo, porque no se había limitado a copiarlas, sino que las había adaptado certeramente. Enrique Granados le llevó a su academia para que hiciera varios cursos, a los que no asistían más que alumnos extranjeros.

Esto le hizo pensar en la necesidad de interesar a la gente de aquí en esta clase de estudios.

Y con el apoyo moral del Orfeó Catalá fundó el Instituto Catalán de Rítmica y Plástica, que comenzó a funcionar con unos cuantos alumnos de pago, a los que se unieron pronto, por el afán que sentía el fundador de popularizar sus enseñanzas, otros que acudían gratis, y todos juntos, con un espíritu democrático muy simpático, formaron el primer grupo considerable de alumnos que estas enseñanzas tuvieron en España. Hoy, el Instituto cuenta con un conjunto admirable, que en las exhibiciones que se celebran cada dos años maravilla a cuantos las presencian. La obra ya está en marcha y Llongueres satisfecho del empuje que ha adquirido. Claro que no ha llegado a la meta. Su idea es que en las escuelas se apliquen estos métodos educativos del sentimiento musical. del sentido, del ritmo y de la plasticidad.

Y si encuentra en las esferas directivas el apoyo que merecen su obra adquirirá una difusión en relación directa con la eficacia pedagógica que persigue.


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