jueves, 27 de septiembre de 2018

El Sol (Madrid. 1917). 2/5/1935, página 5.


BARCELONA 30. —Algunos se hacen ilusiones. Creen que los períodos transitorios se eternizan y que los siete años oprobiosos—frase del Sr. Alba—de la Dictadura pueden tener una continuación. Sin parar mientes en que aun llegando a la plaza pública el eco de las palabras de ultratumba, como las del cacique máximo de Tarrasa, D. Alfonso Sala, y las del hacendista (?) Calvo Sotelo, que tan enorme cuenta dejó por saldar a la República, vivimos, aunque no lo parezca a quienes no saben que las apariencias engañan, otros tiempos.

Es verdad que surgen ahora nombres que sólo se pronunciaban cuando los hombres aclamados por la multitud el 14 de abril, antes de la proclamación de la República, eran perseguidos por republicanos y autonomistas y encerrados en la Mola y en Burgos. Aquellos nombres eran los colaboradores de cuantos pisotearon el Derecho, la Libertad y la Justicia en Cataluña durante siete años. Pero en realidad, aunque los ilusos, engañados por su propia vanidad, no lo crean, son fantasmas. Se desvanecerán en cuanto "esa cosa neurótica y sentimental que se llama el sufragio universal"—según Calvo Sotelo—restablezca la normalidad. A pesar de las flores de lis y de la cruz de San Femando que simbólicamente presidían el acto del Bloque Nacional en el teatro Principal de Tarrasa. Y de los vítores estentóreos y subversivos que en el paroxismo de un frenético entusiasmo, hicieron palidecer al hacendista (?) de la Dictadura, que creyó que llegaba el fin del mundo si los vítores repercutían en la calle. Dos fabricantes que vitorearon a un rey fantasma fueron detenidos, y el Sr. Calvo Sotelo pudo regresar, libre de intranquilidades, a Madrid.

Hemos hablado de ilusos. Lo son en alto grado los vanidosos. Porque hemos visto a varios, y a estas horas creen que sus nombramientos como administradores de los intereses del procomún emanan de la voluntad divina, y se creen ungidos para "sacrificarse" unos años y dejar tamañita a la Dictadura, que con tan celosos defensores de su presente y de su porvenir obsequió a Barcelona.

Ilusiones engañosas...

— AGUIRRE.

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