La realidad de los hechos
Es lamentable que la realidad,
con sus constantes lecciones y con su lenguaje elocuente, no enseñenada o
enseñe tan poco a los dirigentes del obrerismo extremista.
Pero, ¿Cómo va a enseñar ningún
maestro, por buen pedagogo que éste sea, a quien nada quiere aprender?
Se han empeñado dos docenas de
alucinados en que aquí, en España, estamos en vísperas de la proclamación del
comunismo libertario y no hay quien los apee de su burro.
Fracasaron en Fígols, fracasaron
en Tarrasa, vuelven a fracasar ahora en toda la península, y después de estas
duras experiencias, no nos cabe duda, seguirán en sus trece.
Amargos desengaños esperan a
sectarios y fanáticos del ideal ácrata. Este no hay que pensar en que
inmediatamente, el aquí ni fuera de aquí, pase de la teoría a la práctica.
El ensayo comunista ruso no es,
en este orden de consideraciones, animador ni mucho menos. Y con Icarias y
Arcadias felices fuera inocente, dado el material humano con que contamos,
calentamos la cabeza.
En España es más disparatado que
en parte alguna embarcarse en aventuras ideales sin finalidad concreta y
visiblemente asequible.
No está nuestro país preparado
para la nueva vida. Carecen aquí las masas de cultura sólida. Su rebeldía no es
inteligente y consciente. Tiene raíces fisiológicas y más bien parece calambre
o espasmo producido por el ayuno forzoso.
Ahora bien: una revolución no es
un enfado colectivo originado por la alimentación deficiente. Una revolución se
nos antoja a nosotros algo más importante y trascendental.
España es, por lo menos, dudoso
que cuente con fuerzas morales para llevar a cabo dentro de si misma una
transformación honda.
La revolución de abril no pudo
ser más modestita. Fue como somos por estos barrios, muy poquita cosa. Y, con
ser tan pobre de contenido y de sustancia, aún nos viene tan grande que todas
estas convulsiones que presenciamos diríase que las causa el atosigamiento de
no poderla digerir.
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