domingo, 24 de diciembre de 2017

La Vanguardia, Edición del domingo, 08 julio 1934, páginas 9 y 10

SECCIÓN TERCERA

Continuó ayer mañana la vista de la causa por la muerte del director del Banco de Bilbao, señor Pascual.

Como en días anteriores, asistió numeroso público.

El presidente, señor Iturriaga, abrió la sesión a las once de la mañana, concediendo la palabra al abogado defensor don Alejandro Burbano.

El defensor analizó la personalidad del procesado, poniendo de manifiesto sus grandes dotes personales.

Habló después del delito, afirmando que fue el Banco el que armó el brazo de Livisey y empujó al señor Pascual en contra de su defendido.

—Si el Banco de Bilbao —añadió— fuese una cosa material, una persona que pudiese sentarse en el banquillo, yo dejaría este banco y me sentaría en el de la acusación.

El señor Burbano se extendió en largas consideraciones sobre la actitud del Banco en relación con sus actuaciones financieras.

El defensor se refirió después al padre de Livisey, elogiando su honradez y su espíritu inflexible. Añadió que el hijo había heredado todas las cualidades del padre. Y si esto es así, ¿por qué no pudo haber heredado también, su tara mental? Esa es precisamente la que le ha llevado a esta tragedia, porque la persecución y la crueldad le enfermaron y le llenaron de melancolía y de tristeza.

El defensor explicó detalladamente las penalidades y trastornos de la vida del procesado en el período que precedió a los hechos. Explicó también cómo invirtió el procesado el día de autos, hasta llegar a la hora de la tragedia.

El señor Pascual vio como Livisey armaba la pistola e hizo el movimiento instintivo que hace todo el que se ve amenazado gravemente: se llevó las manos a la cabeza y se volvió de espaldas. Así lo ha manifestado el guardia urbano que presenció el hecho. También vio el testigo cómo se disparaba Livisey contra sí mismo.

El defensor leyó después varios textos jurídicos combatiendo la teoría de alevosía que mantenía el fiscal, y diciendo que no pudo ser alevoso un hecho a la luz del día y ante los ojos de todo el mundo.

Finalmente, analizó a grandes rasgos las definiciones del fiscal y del acusador privado y terminó dirigiéndose a la conciencia de los jurados para pedirles un veredicto de inculpabilidad.

El fiscal rectificó, diciendo que los testigos a los cuales había aludido la defensa no habían comparecido por ser guardias y haber sido trasladados de residencia.

El presidente preguntó al procesado si tenía algo que alegar, y el acusado levantándose dijo:

—Yo no quiero hablar de términos jurídicos porque no entiendo nada, y ya lo ha dicho todo mi defensor. Pero rogaría a la presidencia que me concediera quince minutos de tiempo para explicar algo relacionado con las características de la plaza de Tarrasa y con los millones de que ha hablado el señor acusador privado.

El presidente: Concrete usted todo lo posible, que el tiempo apremia. No puedo concederle esos quince minutos...

El procesado: Es que no pude explicarlo en el juicio. Es sólo para hacer constar que la plaza de Tarrasa es diferente de las demás, porque los créditos son a base de materias exóticas de exportación. Nada más que esto, señor presidente.

El señor Livisey volvió a sentarse, y seguidamente el presidente leyó a los jurados las preguntas del veredicto, que en número de doce debían contestar. El señor Iturriaga les hizo, además, las recomendaciones de rigor, explicándoles detalladamente el alcance de cada una de las preguntas y su significado jurídico y penal. La presidencia terminó diciendo:

—Señores jurados: este momento es grave. Está en vuestras manos libertar al acusado, mandarlo a la cárcel o al manicomio.

El presidente, siguiendo fielmente el protocolo judiciario, terminadas estas palabras dio por levantada la sesión y mandó despejar la sala, con objeto de que los jurados pudieran retirarse a deliberar.

Media hora después se reunió de nuevo el Jurado, dándose la voz de audiencia pública.

En medio de un silencio sepulcral, se dio lectura al veredicto, que fue de inculpabilidad.

El fiscal hizo observar a la Sala que consideraba contradictorio el fallo, por lo cual pedía la revisión del juicio por nuevo Jurado, y en caso de no accederse a su petición, que constara en acta su protesta a los efectos de la casación.

A esta petición se adhirió el acusador privado.

La defensa se opuso.

Y la Sala, después de consultar el presidente a los magistrados de Derecho, acordó no dar lugar a la petición. Seguidamente, se abrió Juicio de Derecho y la Sala absolvió libremente al procesado.

Al pronunciar el presidente las palabras de «Queda libre el procesado», el público que llenaba la sala prorrumpió en aplausos.

Livisey, emocionado y llorando, abrazó a cuantos le felicitaban.


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