sábado, 9 de mayo de 2020

Cinegramas (Madrid). 19/7/1936, n.º 97, página 5.


Comentarios en torno a un film de largo metraje

Desde que emprendí la ardua tarea de comentar y orientar (según mi criterio) la labor de nuestros cineastas amateurs, insistí en la necesidad de que éstos hicieran sus films en colaboración. El gran error de nuestros aficionados consistía precisamente en que par a hacer sus películas se aislaban, e incluso las rodaban dentro del mayor secreto. El autor de un film lo hacía todo: argumento, guion, fotografía y dirección, y a veces hasta los decorados. El resultado no podía ser peor. Basta recordar las cintas de argumentos realizadas por este procedimiento para comprender enseguida por qué volvían a refugiarse en los socorridos documentales y películas de viajes.

Afortunadamente, hoy se inicia un franco movimiento en favor de la colaboración, y una prueba clara de los excelentes resultados que ésta produce la tenemos en el film que vamos a comentar.

Del aula a la fábula es una película que señala un nuevo rumbo dentro de la producción amateur. Sus autores, con esa audacia propia de la juventud, han saltado sobre la clásica costumbre de las cintas de cien y doscientos metros, y han realizado un film de seiscientos metros que no sólo no cansa al espectador, sino que a medida que la proyección avanza aumenta el interés de la trama, hábilmente urdida y magníficamente realizada.

El film está realizado por José Donadeu, Evaristo Moliné y José Girona, con la colaboración de varios elementos de Tarrasa, lugar en donde transcurre la acción y de donde son sus autores.

En esta cinta se narra, magníficamente, por cierto, la original aventura de un joven estudiante de Prehistoria, buen muchacho, pero un poco duro de cerebro, miope, por añadidura, que, enamorado platónicamente de una bella compañera de Estudio, ve con dolor cómo ésta flirtea con otro compañero de clase, tipo achulado y castigador, que presume de su frescura, de sus largas patillas y de un bigotito a lo Clark Gable que es todo un poema.

Durante una excursión a la montaña, con motivo de celebrar el fin de curso, y después de haber ingerido a más y mejor, dando cruz y raya a Heliogábalo, a Gargantúa y Pantagruel —¡oh eterno Babelais! — nuestro héroe se queda dormido, y con el comienzo de un a laboriosísima digestión surge un sueño estrafalario, en el cual él y sus compañeros retroceden a la época prehistórica. (Por la pantalla desfilan varias escenas interesantísimas de la época, cuidadísimas y con un realismo sorprendente.) Cuando más felices son, hace aparición un terrible dragón, al que hay que dar muerte para bien de la tribu. Ni que decir tiene que la «bola negra» le toca al ingenuo enamorado, que tras una lucha épica con el feroz monstruo, al que logra matar, queda en tierra malherido.

Cuando los compañeros que han presenciado la lucha desde la cumbre de una montaña acuden a socorrerlo, el joven estudiante ve cómo se destaca del grupo su amada, que amorosamente lo acaricia.

Pero el sueño del pobre miope es interrumpido por sus compañeros, que lo zarandean violentamente para que levante, en el preciso momento en que el galán antipático y la bella joven se besan apasionadamente.

El film está muy bien realizado. Posee una fotografía admirable y un movimiento de cámara perfecto; la toma de ángulos es también admirable. Hay a lo largo de la cinta una serie de bellísimos fotogramas, y la acción tiene por fondo escenarios de una belleza grandiosa.

De interpretación es magnífico. Amadeo Blasi, protagonista de esta cinta, en la que encarna el papel del torpe y desdichado estudiante, realiza una labor interpretativa de la que tendrían que aprender muchos profesionales. En este joven hay un magnífico actor cómico. Le siguen en méritos y en intervenciones más cortas el bedel de la escuela, cuyo nombre no sabemos, y José Ullés, que hace un profesor formidable. El resto de los intérpretes, bien.

Esta cinta sería perfecta si el montaje hubiera sido realizado por un individuo que no hubiera tomado parte en la filmación. La película peca de lenta y pierde continuidad. Y es debido a eso: a que los realizadores no han querido cortar nada de lo que con tanto trabajo habían rodado. Pero si a esta cinta se le dan unos cuantos cortes, no muchos, adquirirá el ritmo justo y poseerá entonces una continuidad admirable.

En suma: que este film demuestra el valor de la colaboración, y lo demuestra ampliamente, pues se trata de la primera película que han hecho sus felices autores. Y es que el cine es síntesis de todas las artes, y, por consiguiente, obra de colaboración.

CARRASCO DE LA RUBIA

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